Mi círculo se llama Cultura. En su interior hay otro que se titula Idioma y como una tercera onda concéntrica aparece el nombre Literatura. La metáfora de echar la piedra en el agua y ver la movilidad de las ondas se produce a cada rato, siempre en este ritmo aunque la laguna sea mucho más amplia y tenga variedad de nominaciones (Vida, Ecuador, Planeta Tierra, Universo).

Me imagino que así ocurre con cada especialización, aunque yo defienda –con pasión yoísta, claro está– que la mía lo abarca todo porque no hay ámbito de la vida y del mundo que haya quedado fuera de ser, primero lenguaje y luego signo perdurable. Por eso, las aguas de mi enorme aljibe siempre están agitadas. A lo largo de una semana los hechos que tienen que ver con la respiración de las palabras alientan por todas partes y la memoria los va poniendo en su sitio. Por ejemplo, que ha sido notable el esfuerzo de Ernesto Carrión y todo lo que viene ligado a su gestión –Casa de las Iguanas, Animal editores y su propia poderosa poesía– al organizar el III Desembarco poético con la presencia de varios nombres respetabilísimos que pusieron los pies en este puerto. Antonio Gamoneda, español y Premio Cervantes 2006 y Rodolfo Hinostroza, polígrafo peruano, más conocido por su trabajo lírico, y con el lanzamiento de un concurso internacional de poesía que bajo el nombre del querido bardo del Guayas, Medardo A. Silva, se instala en el amplio territorio mundial de la competición poética.

Lastimosamente el público guayaquileño todavía es lento para responder a estas luminosas oportunidades. Parecería que los asistentes están polarizados entre gente mayor con buen trajín en parecidas lides y algunos jóvenes, de esos que son capaces de escuchar algo con la atención puesta en los celulares. Dicen que el anciano poeta se sorprendió agradablemente frente a la bella Guayaquil de hoy, pero ¿qué habrá pensado sobre el reducido número de quienes fuimos a escucharlo?

Mientras tanto, solo para ampliar el registro de la mirada, Sergio Ramírez, el gran narrador nicaragüense y repetido visitante de nuestro país –recuerdo haberme encontrado con él unas tres veces– gana el Premio Carlos Fuentes, creado para perennizar la memoria del enorme mexicano de las letras. Nos llegan noticias de la andanada de publicaciones de España –la crisis económica reduce, pero no silencia–, donde nombres como Javier Marías y Javier Cercas tienen libros nuevos y hasta Pérez-Reverte se da tiempo para emprender una “edición escolar” de Don Quijote de la Mancha.

En nuestro medio todo parece más difícil porque la labor cultural tiene mucho en su contra. Conseguir una editorial es un viacrucis, pero más grande es la tarea de convencer a los lectores de que vale la pena dedicarle atención al producto nacional. Ya Guayaquil se quedó sin feria de libro de parte del Ministerio de Cultura, mientras Quito mantiene la suya para inmediata fecha. Ya se esperan noticias de la de Guadalajara –en la que participarán cinco escritores ecuatorianos– que ofrece el diálogo de dos titanes del libro, México y Argentina (a pesar de que este país llevará su duelo a los festejos, por la muerte de Aurora Bernárdez).

Mis círculos no son infernales sino del empíreo, pero en mi país, a veces me asfixian.