Aprecio de manera especial a William Ury, uno de los más famosos conocedores y actores en gestión de conflictos, quizás porque siendo antropólogo está muy cerca de todo lo humano y encuentra salidas inesperadas, sencillas pero no fáciles, a los conflictos en los que ha estado involucrado. En una conferencia TED, Ury cuenta la historia de un conflicto por reparto de herencias en una familia de Oriente.
“Un hombre dejó de herencia 17 camellos a sus tres hijos. Al primer hijo le dejó la mitad de los camellos, al segundo le dejó un tercio de los camellos y al más joven le dejó un noveno de los camellos. Los tres hijos comenzaron a negociar. 17 no es divisible por dos. No es divisible por 3, no es divisible por 9. Era un problema sin solución aparente.
Los ánimos fraternales comenzaron a caldearse. Por último, en su desesperación fueron a consultar a una anciana sabia. La anciana sabia pensó durante mucho tiempo hasta que regresó y dijo: “No sé si puedo ayudarles, pero al menos si lo desean les ofrezco mi camello”. De ese modo tenían 18 camellos.
El primer hijo tomó la mitad de 18, es decir, 9. El segundo hijo tomo el tercio de 18, lo que hacía 6. El hijo más joven tomó su noveno, por lo tanto su herencia eran 2 camellos. Sumados 9, 6 y 2 daba 17. Sobraba un camello. Se lo devolvieron a la anciana sabia”.
La historia, comenta Ury, se parece mucho a las situaciones conflictivas sin aparente solución que enfrentamos, empiezan con 17 camellos y no hay manera de resolverlo, hasta que alguien se aparta del problema y ofrece el camello 18, que permite abordar los problemas desde otro ángulo, resolverlo y además descubrir que alcanzaba para todos con lo que tenían…
Esta historia se parece mucho a las negociaciones difíciles en las que participamos. Empiezan con situaciones de difícil solución. Necesitamos apartarnos de la situación, como lo hizo la anciana. Encarar el problema con una mirada fresca. Y de pronto se encuentra una propuesta inesperada que satisface a todos.
Ury relata la visita que realizó a la comunidad de los bosquimanos que viven en Sudáfrica en condiciones muy primitivas, como la de nuestros antepasados comunes no hace tantos siglos. Usan flechas envenenadas para cazar animales, pero cuando hay conflictos internos en la comunidad, esas flechas son altamente peligrosas, entonces alguien recoge todas las flechas envenenadas y las esconde en el bosque hasta que logren resolver sus problemas. Se sientan en círculo y hablan y hablan hasta que lo logran. Puede llevar 2 o 3 días, si alguien se pone muy difícil, lo mandan de visita a algún familiar lejano… hasta que resuelvan la situación…
Más cerca nuestro, mientras los políticos en el Senado envenenan el ambiente dentro del cual se realizan las conversaciones para llegar a la paz en Colombia, el diario El Tiempo del pasado domingo 21 traía historias de convivencia y perdón. Un chef de Medellín convirtió su cocina en un espacio de reconciliación entre exsoldados mutilados por minas antipersonas y exguerrilleros de las FARC, y una microempresaria de Villavicencio empleó a su secuestrador, un exparamilitar, en su negocio.
Como seres humanos tenemos una tendencia asombrosa por atizar, agrandar los conflictos. Somos como máquinas de reacción y perdemos la perspectiva.
Pero en realidad se trata de ofrecer el camello 18, esconder las flechas envenenadas y juntar a los aparentemente irreconciliables, para que descubran que pueden resolver sus diferencias.