Desde que echó a andar la revolución, la Iglesia católica se ha convertido en uno de los objetivos preferentes por el propósito de subvertir nuestros valores, cultura e identidad. Necesitaba previamente de la desaparición del papel social y público que la Iglesia le imprime a la sociedad.
Cada vez que un obispo dice algo sobre un tema moral como el matrimonio o el aborto, en su contra se esgrimen argumentos como el de que no puede pronunciarse porque estamos en un estado laico o porque sus declaraciones violentan los derechos humanos.
En días pasados, una carta abierta de una asociación trató de enviar la opinión de monseñor Antonio Arregui (arzobispo de Guayaquil) sobre el matrimonio, a una especie de catacumba moderna. Fue amenazado de manera velada por estar supuestamente infringiendo los derechos humanos, en declaraciones que hizo a un medio. Que los sacerdotes expongan con claridad la visión católica de la vida pública enardece a sectores políticos y sociales que se sienten atacados por la claridad de la doctrina de la Iglesia en temas de carácter moral.
Los sacerdotes que sigan exponiendo con claridad y voz sobre aspectos que consideren adecuados y donde los laicos necesitemos orientación; si son atacados en redes sociales o en medios de comunicación estamos como laicos llamados a defenderlos en estos temas de orden temporal.
Víctor Andrés Elías Duque, Guayaquil