He llegado a la conclusión de que la violencia, lastimosamente, es algo inherente a la naturaleza humana. Además, sin necesidad de justificarla, debo presumir que nuestro mundo es violento, que nuestra galaxia y el universo mismo es violento. El microcosmos es una eterna batalla bacteriológica y de violentas colisiones subatómicas. En tal sentido, los que osamos estar vivos en esta fracción de segundo cósmico somos naturalmente unos supervivientes. Existe evidencia de que el ser humano es igual o más violento que sus antepasados de la antigüedad, hoy con una maquinaria más sofisticada para hacer daño al prójimo. Por más religiosos y pacifistas que nos declaremos, siempre tendremos impregnado en nuestra memoria algún desliz violento en nuestras vidas, eso es innegable.
La “eterna” masacre entre palestinos y judíos, que nadie puede frenar, es por hoy noticia de horror en el mundo. La arrogancia belicista entre Oriente y Occidente que hasta hace poco pensábamos haber superado. Las rivalidades sanguinarias entre etnias africanas, que exhiben hasta dónde puede llegar la bestialidad humana. La brutalidad del crimen organizado que desestabiliza las sociedades latinoamericanas. En fin, cuántas otras atrocidades del hombre, que nos hacen pensar que estamos predestinados a luchar por siempre, por nuestra supervivencia. Enfrascados en un tétrico círculo vicioso que nos sentencia a hacer la guerra para buscar la paz, matar para garantizar la vida, destruir para poder construir.
Dentro de esta cruda realidad también se perciben tenues la luz de la sensatez y la búsqueda de la paz, destinada a eliminar el sufrimiento, como un acto altruista de la inteligencia humana. En diferentes épocas de la historia de la humanidad han aparecido mensajeros de la paz o profetas que nos han inducido hacia esa paz y convivencia fraternal, que todos necesitamos. Por ejemplo, nadie olvida el mensaje de paz que advirtió Jesús el Galileo hace unos dos mil años. Mucho más antes Sidarta Gautama, conocido como Buda el iluminado, predicó el mismo tipo de mensaje en una región de la India. Mahoma después fundó el islam con el mismo propósito. Los ejemplos de profetas de paz y amor se podrían seguir enumerando y estos dentro de su fe han osado aglutinar a millones de seguidores en el mundo. Pero parece que su influencia en la belicosidad del hombre ha sido nula, peor aún en muchos de los casos, el tema religioso ha sido conflicto de sangrientas batallas y de apasionadas discusiones que pone en entredicho el propósito mismo de una fe religiosa.
Cierto es que la política y la religión establecen los parámetros legales y morales para establecer una convivencia pacífica, que nunca se ha logrado en su totalidad; de ahí que estos temas son de debate un tanto conflictivo, que muchos prefieren evitarlos. Sin embargo, cabe señalar que hoy son los únicos caminos tendientes a conseguir un equilibrio aceptable de correlacionarnos en nuestro entorno y el mundo; por eso la necesidad de líderes religiosos y políticos que sepan sobrellevar el yo violento interior que todos tenemos, enjaulado en las rejas de la paz colectiva, que es lo que cuenta más.