Lo dijo en voz alta: “Cuando la prensa llega antes que la Policía, el operativo fue montado para el espectáculo”.
Esta sentencia, lanzada desde el púlpito por el entonces arzobispo de Cuenca, Alberto Luna Tobar, nos invitaba a dudar de aquellos operativos en los que las primeras en participar eran las cámaras de televisión recibiendo al piquete de policías en tropel, como en películas de acción, rostros cubiertos y apuntando armas a amenazas imaginarias. Y detrás llegaba “la autoridad”.
Más o menos así fue el más reciente capítulo de este periódico espectáculo mediático que a la postre no resuelve nada: un piquete de uniformados rodeando un colegio guayaquileño; un rector resignado obligando a los estudiantes a salir de las aulas; el mismo piquete hurgando entre las pertenencias de los estudiantes; un experiodista y hoy gobernador bajando de un auto de lujo para decir a las cámaras que en su “revolución preventiva” no encontraron absolutamente nada. Y la moral de los colegiales públicamente en entredicho.
Hace pocas semanas la Universidad de Cuenca recibió una invitación desde el Consejo Nacional de Control de Sustancias Estupefacientes y Psicotrópicas: diseñar un proyecto para prevenir el consumo de drogas entre la población estudiantil (más de 14 mil jóvenes entre los 17 y 25 años de edad). La contrapropuesta fue para evitar que todo se limite a un operativo epidérmico y policial, o se guíe a través del prejuicio, conceptualizar y delimitar los alcances que una campaña así deba tener en los establecimientos de educación superior, entendiendo las reales causas y evitando esa verticalidad con la que se han impuesto las tradicionales “campañas de prevención”.
Para ello empezamos por la autorreflexión, la autoidentificación: abordar los resultados del examen no estadístico que durante seis meses hizo el Consejo Nacional de Control de Sustancias Estupefacientes y Psicotrópicas en universidades de Quito, Guayaquil y Cuenca sobre el consumo de drogas entre docentes. Y reconocer la existencia de este hábito ya es un primer avance: no es un tema que señale represivamente con el índice a los mismos de siempre, sino que promueva reales abordajes, soluciones convincentes. Nada de espectacularidad.
Una campaña de prevención, entonces, debería empezar por entender las causas por las que se desarrolla el hábito: “Vivir solo o tener una familia de origen incompleta; haber perdido a su padre por suicidio; tener padres que no tienen una buena relación; no poder sentir confianza en ninguno de los padres; no sentirse satisfecho de la ayuda recibida por los padres para los problemas personales; sentir que la opinión personal no cuenta en la toma de decisiones importantes en la familia; nunca compartir los fines de semana en la familia; recibir castigo físico en caso de indisciplina; haberse sentido desprotegido durante la niñez y la adolescencia”, según las conclusiones de investigaciones realizadas por el mismo Consep.
Con este conocimiento estamos listos para enfrentar el tema que no es nuevo, que no acabará mientras los primeros invitados sean las cámaras de televisión. No quiero limitarme a repetir cifras y estadísticas; rasgarnos las vestiduras y prometernos un mejor vivir.
Mirar horizontalmente el problema es el paso. Solo así podemos sentarnos a hablar de las soluciones.










