“–Es que he tomado un tranvía para venir acá, y solo cuando estuve arriba me di cuenta que estaba lleno de pasajeros. Pues ¿querrás creer? No hubo un hombre que me cediera su asiento y he venido parada como un poste, entre dos pipones, oyendo la estridente voz del conductor que, con el más rústico acento, mandaba sin cesar: –¡Dentren pa dentro!

“–¡Ah! ¡Ya sé lo que es eso! Es un verdadero atentado contra el decoro femenino. ¡Yo he caído varias veces en los brazos de diversos galarifos al perder el equilibrio con las sacudidas del carro!

“–Es que aquí no hay autoridades, niña: no hay funcionarios capaces de ordenar la vía pública. ¡Mejor lo haríamos nosotras las mujeres! . . . ¡Hay tanto que corregir!

“–Pero nada ven, querida, estos hombres que mandan, que cobran sueldo, que hacen ordenanzas, que pasan oficios y que telegrafían...”.

Tomado del capítulo “Mujeres Reformadoras” del libro Cosas de mi Tierra de José Antonio Campos publicado en 1929.

En la última sesión de mayo el Concejo saliente de Quito aprobó una improvisada resolución que obliga al alcalde a dotar de vehículos para uso exclusivo de mujeres en el sistema de transporte municipal. Algunos concejales citaron los problemas de robos e inseguridad que esta medida NO puede corregir mientras los pocos argumentos centrados en la segregación la defendían argumentando la necesidad de visibilizar el problema de acoso mediante el debate que el bus o trole rosado pudiera causar en la sociedad civil. En palabras de la proponente se trataba de “hacer algo” por las mujeres. Revisando las experiencias de ciudades que tienen medidas similares se nota que en efecto crean polémica, que no disminuye el acoso excepto dentro del vehículo y que la medida es aceptada y hasta aplaudida por muchas mujeres. Penosamente es cierto, muchas mujeres prefieren estar lejos de los hombres.

Desde 1912 en Japón se iniciaron proyectos de transporte público solo para mujeres con la idea de protegerlas de hombres de conductas inapropiadas. Hasta el día de hoy algunas ciudades mantienen los vehículos segregados sin lograr en más de un siglo terminar con el acoso; por el contrario, al igual que en otros países, se profundiza la noción de que las mujeres deben ser protegidas, separadas, “para que no les pase nada” y retardan de ese modo la cultura proinclusión en que hombres y mujeres aprendemos a convivir. El tiempo entonces, no arregla el problema del acoso y violencia contra la mujer en el transporte público, mucho menos en la ciudad, sea este el país nipón o el nuestro.

En 2012 las redes sociales nos hicieron conocer la violación de un grupo de hombres a una joven de 23 años en la India que terminó con su muerte. La monstruosidad del delito desencadenó manifestaciones en India con un intenso debate que rebasó sus fronteras. Pero contrario a quienes asumen que discutir es lo importante en cuanto a acoso, las violaciones se han duplicado en ese país y los asaltos sexuales triplicado. Seguramente es la denuncia lo que aumentó, pero lo cierto es que hablar más no disminuyó la violencia contra la mujer. Se propusieron programas de transporte para mujeres que duraron poco tiempo y que no han sido efectivos; sobre todo porque las violaciones ocurren en horarios nocturnos, no en las horas pico como los programas de buses rosados proponen. El debate no fue suficiente para disminuir la violencia contra la mujer, un problema estructural requiere mucho más que unas cuantas entrevistas, marchas, manifestaciones y el color rosado.