Las bases y las dirigencias son el sostén político de todo gobierno, para lo cual es menester unidad, respeto y escuelas de formación; en función del bienestar de sus miembros.
La ambición de poder provoca en dirigencias de partidos el celo, la división, el egoísmo, el sectarismo, que tanto daño pueden hacer al pretender el fortalecimiento de proyectos de cambios.
Vemos en nuestros días más fraccionamientos de bases y dirigencias, cada quien por su lado, con razón o sin razón. Dirigentes, despojen intereses particulares, tengan la visión objetiva, integracionista de unir los criterios dirigenciales en aras de la paz; miren a las bases no como plataformas de ascensos personales y familiares, sino como las materias primas de las cuales se nutren los sostenimientos de los partidos y movimientos políticos para el desarrollo de proyectos. En democracia siempre vamos a tener dirigentes y bases, variedad de criterios; sabiéndolos potenciar podrían producir más réditos políticos.
El poder es don muy preciado, en la mayoría de los casos nubla y no respeta que seamos intelectuales, pobres, ricos, etcétera.
Los seres con poder son rodeados de mimos y alabanzas que engordan el egocentrismo, limitan el pensar de manera objetiva y solidaria.
El dirigente no es aquel que cuando llega a una función importante se olvida de las bases, cambia de número de teléfono, cambia la dirección de su correo, no escucha al pueblo.
Al contrario debe ser más humano, humilde y condescendiente.
Miguel Campos Arévalo, ingeniero comercial, Guayaquil