Nuestro invitado
Mauricio Gándara Gallegos
… y de gloria son infinitas y solamente pueden saciarse en la infinitud de Dios. Así nos lo enseña Bertrand Russell, el filósofo ateo. Nos enseña, también, que el impulso hacia el poder tiene dos formas: explícita en los caudillos; implícita en los secuaces. Las dos formas se reúnen en la propuesta de reforma constitucional que autorizaría la reelección indefinida para todos los cargos de elección popular. El actual presidente nos dice que antes, “sinceramente”, no deseaba una nueva reelección; con una nueva sinceridad, ahora, quiere optar por su permanencia indefinida en el poder. Los secuaces deben respirar aliviados: ya no tendrían que volver a la oscuridad de la que salieron con el caudillo. Retirado el caudillo, desaparecidos los secuaces. Pero, a más de caudillo y secuaces, hay una sociedad, un país, que contempla la ligereza con la que mudan los principios del movimiento político en el poder, al que no le importa cambiar las mismas normas que dictó ayer; maestros del relativismo ético y político: lo que ayer fue malo, hoy es bueno porque les beneficia. Vivimos la paradoja de que los autores de la actual Constitución quieren echarla al tarro de basura, y los que hemos señalado sus defectos vamos a defenderla como mal menor para impedir que de república pasemos a ser monarquía. Los que se proponen imponernos la reelección indefinida deberían tener, al menos, el coraje de mirarle al pueblo a los ojos y convocar un plebiscito.
Como el consultarle al pueblo es al presente riesgoso, es mejor disfrazar la reforma bajo el nombre de enmienda, tramitada solamente por la Asamblea. Los asambleístas reciben su pago porque ellos, también, se benefician de la reelección. La llamada democracia participativa será enterrada: en asuntos de conveniencia personal, mejor ir por la vía segura y expedita. ¿Y la opinión del pueblo? ¡Qué importa! Al pueblo basta con entretenerlo con asuntos de juego: gallos, toros y casinos. La propaganda se encargará de convencerle a la ciudadanía de que esta maniobra la hacen por el bien de ella. Pero la propaganda, por repetitiva, insincera, ha producido cansancio, escepticismo e incredulidad. Las elecciones de alcaldes lo demostraron. El poder no es todo: lo comprueban las elecciones colombianas.
La filosofía de la historia del corsi e recorsi de Vico, según la cual la vida de los pueblos se produce siempre en forma cíclica, como un retorno eterno, se hace presente nuevamente y puede tener consecuencias similares a las que vivimos en nuestra historia republicana: Juan José Flores y sus secuaces impulsaron la presidencia vitalicia, con la Carta de la esclavitud; lo propio ocurrió con la reelección indefinida de García Moreno y su Carta negra; y Eloy Alfaro con su táctica de pedir la renuncia de los presidentes electos para, acto seguido, él sucederlos. Los tres terminaron mal: el primero, desterrado; los otros dos, asesinados, y sus secuaces huidos.
Hoy intentan dejar de nosotros la imagen internacional de un pueblo sin instituciones libres, al estilo de Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia. El pueblo ecuatoriano, a lo largo de su historia, se ha sacudido siempre los yugos que han querido colocarle.