Según el arquetipo occidental de la belleza, hay feos en indios, negros, blancos y otras etnias. ¿Entonces cómo entender el persistente uso de personajes caucásicos en las campañas publicitarias de la región, que nos presentan a niños y jóvenes blancos, rubios y de ojos azules?, la respuesta es clara; es un racismo solapado que se resiste a desaparecer en pleno siglo XXI, donde el presidente del país más poderoso del mundo es un afrodescendiente. Los medios masivos crean estereotipos sociales, y en nuestro caso, los modelos sociales que nos presenta la publicidad, en especial la comercial, están alejados de la realidad socio-étnica de sus habitantes; pasa desapercibida, pero tiene un efecto psicológico devastador a largo plazo.
Pero primero examinemos si realmente existe el racismo en el mundo; sí y no sería la respuesta. No, porque el término racismo tiene su origen en la palabra raza y en la falsa creencia de que la humanidad se divide en razas. Por hoy, gracias al avance impresionante de la genética y otras ciencias afines a la realidad humana, se sabe que solo existe una sola, la raza humana; entonces por ese lado el “racismo” es un término que está de sobra en el diccionario social. Por otro lado, este término se ha afianzado en el diccionario popular para denotar sentimientos etnocéntricos de un grupo, en menosprecio de otros que fisiológica y culturalmente son diferentes. Pues “entendemos, por lo tanto, al racismo como un fenómeno fundamentalmente social y moderno, como un conjunto de ideologías, preconceptos, estereotipos y prejuicios que tienden a segmentar al conjunto humano en supuestos grupos que tendrían características comunes entre sí, cuya explicación radicaría en una supuesta herencia genética” (INADI, 2005: 37).
Los países de la región andina albergan en su seno una población que se identifica claramente como mestiza, y esa es la identidad que incluso a regañadientes se ha aceptado en forma general, como parte sustancial de la “cultura nacional”. En países como Perú, Bolivia y Ecuador podemos afirmar, sin temor alguno, que son latitudes donde la población mayoritaria es indígena, aunque los mismos se aferren a esconderlo; para corroborar esta situación basta un pequeño estudio de características fisonómicas y culturales de sus habitantes. ¿Entonces por qué ese afán de querer ser lo que no son? La respuesta se esconde en el doloroso proceso de la conquista y el colonialismo europeo, que sufrió nuestra América nativa, hace varias centurias, en el que el hombre blanco europeo a expensas de cierto desarrollo tecnológico se erigió vencedor como el amo y señor del mundo, para esclavizar, explotar y dominar. El racismo se convirtió en doctrina y se impregnó en lo más profundo del ser, el ideal del hombre inteligente y triunfador era blanco. Todos querían ser blancos. Curioso y despreciable aun más que en países como el nuestro, los que hace tres o cuatro generaciones eran “naturales” identificados, hoy quieran pasarse de mestizos o blancos y te descalifiquen con actitudes racistas.
El racismo, o más correctamente el etnicismo, es una tragedia humana que circunda atrocidades y millones de muertes en el mundo. Tan presente en “civilizaciones de primera línea”, como en Italia y Estados Unidos; y ni qué decir de otras latitudes, donde actitudes ideológicamente egoístas y mezquinas, sumadas a la ignorancia, nublan la razón y el sentido común.