Mi padre siempre me decía, que el mejor regalo que un progenitor le puede dejar a sus hijos es inculcarles principios éticos de: moral, amor, justicia y equidad, además de valores como respeto, honestidad, lealtad, responsabilidad u otros. Dejar como herencia una imagen de rectitud y honradez cuando ya no esté, para que sus hijos y descendientes se enorgullezcan de su apellido. Estos valores morales ennoblecen a la persona en cuanto a sus acciones de manera de vivir con decencia, respeto, dignidad. El ser humano es un sujeto activo y no pasivo, que a base de su comportamiento y sentido establece lo que está bien o mal de acuerdo a su conciencia moral. Muchos filósofos han tratado de estudiar la conducta de los individuos minuciosamente y llegaron a la conclusión que existen conductas buenas como malas basándose en dos principios, un valor final y un valor utilizado para alcanzar un fin. Acerca del segundo, en la actualidad de la época posmoderna hemos visto que prevalece un proceso de desintegración y degradación en los diversos niveles: profesional, familiar, educativo, económico e incluso político. Esto se refleja en actitudes de envidia, egoísmo, deshonestidad, desigualdad y desconfianza, en las que un individuo puede dirigirse incluso a la contradicción de sus principios por el simple hecho de conseguir sus intereses aplastando a sus semejantes.

En mi época de infancia conocí a muchos amigos de mi padre para quienes la confianza, lealtad, sinceridad, generosidad estaban por encima de cualquier interés personal; sus conversaciones variaban entre lo personal, político o económico, siempre con altura y sinceridad. En ellos prevalecía la ética profesional: con dignidad y nobleza por el esfuerzo de su trabajo trataban de ser justos y con buen sentido del deber; nunca recibieron el pago de sus honorarios sin haber concluido sus trabajos, tampoco se vinculaban a demandas legales por el simple hecho de recibir cuantiosas sumas de dinero. En ellos predominaba la ética deontológica orientada al deber, el bien y el sentido para con la sociedad. Hoy en día, sus descendientes que han sido inculcados con principios y valores han sabido responder a la herencia dejada por sus progenitores, algunos son padres; un entorno espiritual y de amor impera en cada familia, son los amigos de sus hijos y leales a sus principios.

En la época actual, el cambio de las sociedades a partir de las dificultades e intereses personales han hecho que se produzca un giro en los padrones sociales, lo que desencadena un conflicto en sus conductas olvidando lo recibido y utilizando el buen nombre de sus progenitores. Restrepo afirma que quien no reconoce el valor humano difícilmente tendrá valores sólidos. La moral se expresa en normas, y la ética es un estudio de las normas y trae consigo la libertad de un individuo, pero el abuso de esta genera pérdida y libertinaje, es por este motivo que se habla de crisis moral: una situación social donde imperan los antivalores, no se aplica la justicia... la deshumaniza.

Mi padre nos dejó la mejor herencia: su buen nombre, decía que uno debe hacer el bien sin importarle a quien y tampoco pedir retribuciones y cobros indebidos, que el dinero se lo debe ganar con honestidad a pesar de los altibajos que nos depare la vida; en una buena amistad no hay interés material, es disfrutar de su compañía sin importar de dónde provienen, lo único que prevalece es la lealtad. Yo respeto al Econ. Rafael Correa Delgado; a pesar de no compartir con su política, reconozco que sabe ser amigo leal, no los abandona, los defiende y se solidariza con sus problemas, sentimientos y alegrías. Sus descendientes tendrán el mejor legado que les dará: un sentimiento compartido que es ¡el valor de una amistad!