Una de las cosas que más me ha llamado la atención es el origen y la evolución de la masonería y su impacto en la organización de las sociedades occidentales modernas. El inicio de la masonería moderna se remonta a la Inglaterra de 1717, y justamente aquel año, el 24 de junio, hermanos pertenecientes a las cuatro logias londinenses se reúnen y crean una jurisdicción, cuya soberanía se extiende a todas las logias del mundo, y definen la nueva Gran Logia de Inglaterra, como la “logia-madre” de todas.

Las comunidades masónicas, al igual que otras sociedades iniciáticas, intentaron percibir lo sagrado y crear una fraternidad de espíritu y corazón, para ofrecer a los hombres un verdadero ideal. Propone medios de evolución espiritual, al presentarse como uno de los caminos en la búsqueda del conocimiento y la vigencia de una fraternidad sin límites. Estar iniciado significa entrar en una orden que se consagra, al estudio de los misterios de la vida. Un principio masónico rigurosamente tradicional dice: “Ninguna enemistad o querella privada debe cruzar el umbral de la Logia, y menos aún querellas sobre la religión, o las naciones, o la política de Estado; puesto que nosotros, como masones, somos únicamente de la religión universal; somos también de todas las naciones, idiomas, parentescos y lenguajes, y estamos decididamente contra todas las políticas, puesto que nunca han contribuido y nunca pueden contribuir al bienestar de la Logia”. Según sus seguidores la masonería tiene orígenes místicos, afirman que estaba ya viva, antes de la creación de la tierra y se encontraba distribuida por el cosmos. Dios, el Gran Arquitecto del universo, dicen, fue el primer masón, puesto que creó la luz.

Christian Jacq en su libro La Masonería, anota que “Los criterios de admisión entre los iniciados eran muy severos. Se exigía al postulante la práctica de un oficio manual, la mayor rectitud moral y una indiscutible aptitud para comprender el sentido oculto de los símbolos y de las escrituras sagradas”. Esto pone en relieve el carácter inicial de la masonería, la de una cofradía de constructores y artesanos, con grandes deseos de explorar los misterios de la vida y la existencia humana. El autor también habla que en la época de la Revolución Francesa se quiso confundir a la francmasonería, dotándole de doctrinas anticristianas y antimonárquicas. “Numerosos historiadores se apoyan en esas mentiras para convertir la masonería en un órgano revolucionario que no fue. Algunos masones contribuyeron a propagar esta leyenda atribuyéndose con orgullo el nacimiento de la república y la democracia”. Sin embargo es enorme la relación entre el ideal de sus adeptos y el ideal revolucionario francés, más aún el ideal de la intelectualidad que asentó los cimientos de las repúblicas modernas, como la misma fundación de los Estados Unidos de Norteamérica.

A pesar de su secretismo y sus desavenencias con sectores religiosos, el aporte de sus miembros más prominentes masónico a la humanidad, ha sido enorme. Leonardo Da Vinci, George Washington, Montesquieu, Francisco de Miranda, Simón Bolívar, Miguel Hidalgo, Eloy Alfaro; para nombrar unos pocos, hicieron historia como masones.