Cultura y política, pienso, son complementariedades tácitas, irrefutables; si la cultura es vida y la política es convivencia, incluso resulta claro distinguir lo sustancial de esta dualidad. De hecho la gente que participa más directamente de la política, los que ostentan en representarnos ante los poderes estatales, debe tener una conciencia cultural bien definida. Pero antes repasemos qué es la cultura: es, pues, el “conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos, que caracterizan a una sociedad o grupo social”. El divorcio existente entre cultura y política se distingue claramente por la incultura de los representantes del pueblo. Recordemos cómo era antes el llamado Congreso Nacional, hoy Asamblea; cuando uno se habituaba a presenciar escenas de barbarie que trascendieron las fronteras de la patria; por hoy parece que nuestros “honorables” tienen una solvencia cultural más acorde con la realidad ecuatoriana, o por lo menos ya no se ven “cenicerazos”.

Pero la cultura va más allá de solo tener una buena compostura o saber reglas de urbanidad, involucra conocimiento y apego a su historia, sus raíces, sus valores, su idioma.

A nivel de la dirigencia indígena, el tema de la cultura ha pasado un tanto desapercibido, a pesar de que los pueblos y nacionalidades del Ecuador están plenamente reconocidos en la Constitución. Los dirigentes indígenas, más aún siendo políticos, están en esa representatividad para fortalecer la supervivencia de su pueblo como cultura. No podemos ocultar las debilidades de ciertos líderes indígenas que se han desenfocado de la parte cultural para centrarse netamente en cabildeos políticos y marcar en su agenda solamente aspectos ambientales. Un caso patético que tiene que ver con el desenfoque cultural de cierta dirigencia es la creación del himno a las Nacionalidades Indígenas; sin desmerecer su valor musical, creo que fue confeccionado con un descuido imperdonable; desde la totalidad de una visión occidental. Este himno en su forma de composición, poco o casi nada se diferencia del Himno Nacional; y esto teniendo nosotros como grupo social y cultural un amplio espectro de notas marciales como los tinkus, las tarkeadas, los sikus o la melodía más autóctona de un pingullo, que hubiesen estado acorde con nuestra realidad sociocultural.

El tema de la lengua materna como un elemento cultural, descuidada y olvidada por el Estado ecuatoriano y las élites dirigenciales, es sumamente importante para el pueblo kichwa y debe ser abordado. Es lamentable que ciertos líderes y políticos indígenas ni siquiera hablen con fluidez su lengua materna como el kichwa; que no hablen fluidamente el español, hasta podría ser meritorio, pero no hablar su lengua madre resulta muy decepcionante; a lo mejor revisando sus historiales se justifiquen muchos de los casos. Pero por favor, mucho ojo, existen extranjeros que aprenden el idioma nativo en pocos meses.

Para ser cultos –conocimiento amplio del bagaje cultural de su pueblo– no basta con leerla o estudiarla, debemos vivirla; tal vez difícil en estos tiempos de globalización, pero gracias a Pachakamak, a la trascendencia de nuestros ancestros, de nuestros abuelos, la cultura nuestra palpita. No pretendo de ninguna forma proyectar una idea idealizada de la cultura indígena, andina o kichwa; al igual que sus semejantes en el mundo, tendrá sus valores y antivalores, justo eso la convierte en una cultura igual a cualquier otra.