Sin contar el recuento de firmas realizado por algunos estados, como Texas y Arkansas, para separarse de los Estados Unidos, el último intento de secesión ocurrido en este país se dio en 1982, en el estado de la Florida. Ante un cierre imprevisto de carreteras por cuestiones de mantenimiento, las autoridades locales de los Cayos de la Florida expresaron su iracunda indignación y proclamaron su separación oficial de la unión norteamericana. Fue así como entonces nació “The Conch Republic”; en español, “la República de la Concha”.
Está de más decir que este proyecto de república jamás llegó a consumarse. Ninguna autoridad federal llegó a tomar el asunto con seriedad, por el simple hecho de que no había necesidad de hacerlo. De la República de la Concha quedan muchas cosas de hoy en día. Existe una página web, en la que se narran los acontecimientos que motivaron su supuesta independencia. Adicionalmente se muestra la bandera “nacional” y el internauta tiene la oportunidad de aplicar para la obtención de un pasaporte, que según la misma página se adquiere comercialmente como un souvenir.
La web oficial de la República de la Concha cuenta con una lista de países en la que aseguran haber tenido misiones diplomáticas. Se dan además los nombres del presidente y su primer ministro, quienes también son los propietarios del dominio de dicha página.
Es así como la República de la Concha nos enseña que si no se materializan la búsqueda de la libertad y la lucha de la justicia en resultados concretos, dichas gestiones corren el riesgo de convertirse en una folclórica caricatura de una sociedad. Lo que en algún momento puede presentarse como una causa noble terminó consolidándose como una broma y una anécdota turística.
Y es que –si se analiza más a profundidad el asunto– de haber sido realizado en serio, el supuesto proyecto de independencia de los Cayos hubiera estado condenado al fracaso desde el principio. Las islas no cuentan con agua potable. Sus habitantes la obtienen de los condados continentales de la Florida. Adicionalmente, carecen de espacio para su crecimiento y cuentan con una infraestructura vial costosísima; sustentable para el estado de Florida, impagable para unas cuantas casitas perdidas en el Caribe. Todos estos factores juegan en contra de cualquier intento de independencia.
Han pasado catorce años desde que la provincia del Guayas asistió a las urnas para expresar el deseo de mayor autonomía. Actualmente, el tema de la autonomía no se discute en ninguna parte. El Cootad establece a los cantones Guayaquil, Durán y Samborondón como el segundo Distrito Metropolitano del Ecuador, dándoles privilegios de gestión, que incluyen hasta la representación de asambleístas metropolitanos en el poder legislativo. Las autoridades locales insisten en calificar la propuesta gubernamental como “inconveniente”, pero no se plantea ninguna contrapropuesta seria, que vaya más allá del hacer las cosas “a mi manera”.
Sería épico que el Gobierno y las autoridades locales dejaran a un lado sus rivalidades y se sentaran a trazar un modelo conjunto de autonomía, que se materialice en el Distrito Metropolitano del Gran Guayaquil. Esa sería la mejor manera de celebrar el bicentenario de nuestra independencia.