Las sociedades libres necesitan de la izquierda y de la derecha, de las visiones ancladas en la utopía de la igualdad, como de las que valoran a los individuos, las libertades y la autonomía individual. Los socialistas, socialdemócratas, liberales y conservadores son indispensables, porque de otro modo no hay democracia, ya que ella implica posibilidades reales de elección, tolerancia y debate. Si predomina de modo absoluto una sola tendencia que, soberbia y suficiente, desprecia a las demás, lo que hay es autoritarismo. Las “únicas opciones”, los liderazgos excluyentes, no son buenos caminos, porque, además, si se agota la tendencia dominante o el líder que la expresa, como a la larga siempre ocurre, las sociedades se quedan jugando a la gallina ciega. Lo de Venezuela es un ejemplo.

La decadencia de la derecha ecuatoriana y la muerte de su líder plantearon al Ecuador un dilema de fondo: (I) o reconstituir –o más bien fundar– una tendencia racional, liberal y democrática, una derecha de ideas y no de intereses y pasiones; o (II) vivir en una sociedad unilateral que elimine opciones y endiose a una sola ideología, como esas que convierten a los dirigentes en personajes absolutos, y a las tesis en catecismo indiscutible. Que la izquierda solo festeje la decadencia de la derecha o, a la inversa, que se aplauda a rabiar la demolición que ha sufrido la izquierda ideológica es evidencia de que quienes así piensan son demócratas de conveniencia y que su afición al totalitarismo es ancla política insuperable.

Hace años ya, la derecha ecuatoriana entró en un túnel del que está saliendo gracias al repunte de dos nuevos liderazgos –Lasso y Rodas–, que deberán recorrer largo camino para afianzarse como opciones nacionales. La izquierda radical, por su parte, está pagando precisamente el precio de su radicalismo… y de su antigüedad. En todo caso, es de esperarse que todos, incluyendo a los vencedores, admitan que sin el “otro” –el adversario, el competidor ideológico–, la democracia es imposible y que la tolerancia, el debate respetuoso y la trabajosa construcción de pensamiento son parte esencial de una República, siempre que se aspire es a tener República y no feudo.

Una derecha democrática, como una izquierda tolerante y muy democrática, se necesitan mutuamente. La sociedad libre no puede quedar aprisionada sin opciones, ni puede reducir el sistema político a una fórmula excluyente. La dialéctica esencial de la libertad implica juego de posibilidades y de ideas, implica algo simple: capacidad real de elección entre tesis, propuestas y líderes. Por lo mismo, la tarea es entender la diversidad política y admitirla, y plantearse que en el Ecuador sin una “derecha racional”, de ideas y no solo de intereses, y una izquierda moderna, despojada de antigüedades y fundamentalismos, no se puede asegurar la democracia.

* Publicado originalmente en El Comercio, el 10 de febrero del 2014.