EE.UU.
De pronto, todo el mundo está hablando de la desigualdad en los ingresos. Pero, a medida que este debate sigue en marcha, está empezando a parecer que el tema está siendo mal interpretado. El debate sobre la desigualdad de ingresos está confundiendo las cosas más que aclararlas, y nos está conduciendo por direcciones inútiles.
En primer lugar, si se enmarca el tema como una desigualdad de ingresos equivale a aglutinar problemas diferentes que no están relacionados en particular. Lo que llamamos “desigualdad” es causada por dos constelaciones diferentes de problemas.
En el extremo superior, está la riqueza creciente del 5 por ciento de los trabajadores. Esto se vincula a aspectos como perversos esquemas de compensación en Wall Street, formación de parejas con gente de su tipo (las personas altamente educadas tienen mayores probabilidades de casarse entre sí y transmitir sus ventajas a sus hijos) y el efecto superestrella (en una economía de Internet, unas pocas superestrellas en cada industria pueden cosechar ganancias globales, no así el actor promedio).
En el extremo del fondo, está una creciente clase de personas atascada en las márgenes, generación tras generación. Esto es causado por altas tasas de deserción, la desaparición de empleos de pocas calificaciones, el rompimiento de las estructuras familiares y así por el estilo. Si usted tiene una primitiva mentalidad de suma cero, entonces usted da por hecho que la creciente riqueza para los ricos debe estar causando de alguna manera la inmovilidad de los pobres, pero, en realidad, ambas series de problemas son diferentes, y no hace ningún bien amontonarlos y llamarlos “desigualdad”.
En segundo lugar, conduce a ineficientes respuestas estratégicas. Si usted cree que el problema es la “desigualdad en los ingresos”, entonces la respuesta natural es subir los ingresos en el fondo, aumentando el salario mínimo.
Sin embargo, el aumento del salario mínimo pudiera no ser una efectiva forma de ayudarles a quienes están en peores condiciones. Joseph J. Sabia de la Universidad Estatal de San Diego y Richard V. Burkhauser de Cornell estudiaron los efectos de aumentos al salario mínimo entre 2003 y 2007. En conformidad con algunos otros estudios, no encontraron evidencia de que ese tipo de aumentos haya tenido efecto alguno sobre los índices de pobreza.
Eso se debe a que aumentos en el salario mínimo no van dirigidos a la gente correcta. Tan solo 11 por ciento de los trabajadores afectados por un aumento de esa naturaleza viene de hogares pobres.
Casi dos tercios de ese tipo de trabajadores son los segundos o terceros ganapanes que viven en hogares en el doble del límite de pobreza o por encima.
El problema primario para los pobres no es que les estén pagando muy poco por las horas que trabajan. Es que no están trabajando a jornada completa o simplemente no están trabajando. El aumento al salario mínimo es una táctica popular, no una política efectiva. En tercer lugar, el marco de la desigualdad en los ingresos contribuye a nuestra tendencia a simplificar complejos problemas culturales, sociales, conductuales y económicos en problemas estrictamente económicos. Existe una correlación muy fuerte entre ser madre soltera y tener baja movilidad social. Existe una fuerte correlación entre el desgaste del tejido social y la baja movilidad económica. Hay una fuerte correlación entre la desindustrialización y la baja movilidad social. Es cierto igualmente que muchos hombres, particularmente hombres jóvenes, están participando en conductas que dañan sus perspectivas de ingresos a largo plazo; mucho más que mujeres comparables. Los bajos ingresos son el resultado de estos problemas interrelacionados, mas no es el problema.
Afirmar que es el problema equivale a confundir causa y efecto. Decir que eso es el problema es lo mismo que darse un pase para no explorar las complejas raíces sociales y culturales, moralmente cargadas, del problema. Equivale a darse permiso de pasar por alto las partes de las que resulta incómodo hablar pero que son realmente el núcleo ineludible de la cuestión.
En cuarto lugar, el marco de la desigualdad salarial polariza el debate innecesariamente. Existe un creciente consenso de que el gobierno debería estar haciendo más por ayudar a incrementar la movilidad social para los menos ricos. Incluso republicanos conservadores se están apuntando para esto. El lenguaje de la desigualdad en los ingresos introduce un elemento de conflicto de clases en esta discusión.
Los demócratas a menudo ven los bajos salarios tanto como un problema de capital humano como un problema causado por la desigualdad en el poder económico. Es más probable que los republicanos los vean tan solo como un problema de capital humano. Si es que vamos a aprobar una legislación bipartidista, vamos a tener que empezar con la parte del capital humano, donde hay cierto acuerdo, no la parte del conflicto de clases, donde no lo hay en lo absoluto.
Algunos integrantes de la izquierda siempre han intentado introducir un estilo de política más consciente de las clases. Estos esfuerzos nunca dan resultado. A Estados Unidos siempre le ha ido mejor, a los liberales siempre les ha ido mejor, cuando todos estamos concentrados en la oportunidad y la movilidad, no en la desigualdad, en la aspiración individual y familiar, no en la conciencia de clases.
Si vamos a movilizar una revolución estratégica, deberíamos concentrarnos en los verdaderos temas concretos: malas escuelas, nada de empleos para los varones jóvenes, familias rotas, barrios sin instituciones que medien. No deberíamos estarnos concentrando en un tema y una consecuencia secundarios de tipo estadístico.
© The New York Times 2014










