Hay períodos en la vida de los pueblos en los que el estilo de los líderes o las convicciones políticas buscan el poder omnímodo y para lograrlo necesitan eliminar la posibilidad de oposición. Entonces, es frecuente que se busquen formas de demostrar que quienes no están de acuerdo con sus ideas, postulados y acciones están equivocados. Y tienen derecho a ello.
Sin embargo, muchas veces, lo que podría ser un ejercicio democrático de contrastar criterios se convierte en una contienda para eliminar al otro. Es cuando a determinadas aseveraciones no se responde con razonamientos y pruebas, sino que se olvida el tema en discusión y se pone el énfasis en mostrar aspectos negativos de la persona que lo propuso y que no tienen relación con el tema del que se trata.
Es frecuente, además, que ante acusaciones fundamentadas de corrupción se responda no con argumentos y pruebas que dejen claro que se trata de una acusación falsa, sino con afirmaciones que denigran y ofenden a quien mostró algo que podría ser verdadero y, lo que es peor, que hieren o buscan destruir la honra de familiares vivos o muertos.
En algunos casos se utilizan los medios de comunicación a los que se tiene acceso, sobre todo, cuando una de las partes es el gobierno y tiene a su disposición medios oficiales, en otros se llega al extremo de pagar para que se lo haga. Es el caso de Alberto Fujimori que fue enjuiciado por el uso de fondos públicos para pagar a directores y propietarios de los llamados “medios chichas” a cambio de que se pongan al servicio de la causa de la tercera reelección y ataquen a los opositores. Junto a él fueron enjuiciados personas de su entorno político y los propietarios de los ocho medios utilizados para desacreditar a los contrarios.
Hoy es más sencillo, se utilizan las redes sociales, en las que muchas personas se engañan pensando que participan en la vida del país porque escriben lo que piensan o repiten lo que dicen otros, sin asegurarse de que lo afirmado sea verdadero y no ofenda la dignidad de los demás.
Frente a una afirmación que se juzga como falsa o, incluso, ofensiva, la única respuesta que cabe es la de la exposición clara, precisa y razonada de que no es así. Si en su lugar se contesta aludiendo a defectos, hechos pasados, historia familiar o generalidades que no se relacionan con el tema, tenemos motivo suficiente para pensar que lo más probable es que lo afirmado sea verdadero, y que como no se tienen argumentos para demostrar lo contrario, se recurre al insulto y a la descalificación del otro, sin darse cuenta de que en el supuesto de que lo afirmado para destruir la imagen del contendor sea cierto, esto no demuestra que lo dicho por él sea falso.
En otras palabras, el que insulta, denigra y ofende en respuesta a alguna afirmación, solo demuestra que no tiene argumentos para defenderse, y en épocas electorales es muy importante tenerlo en cuenta.