En el aula Paulo VI, en El Vaticano, durante la audiencia a los participantes de la Conferencia Internacional del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, el 23 de noviembre del 2013, Francisco hizo un llamamiento que debe ser conocido e interiorizado, por orientador y hasta decisivo.
Según L’Osservatore Romano del 6 de diciembre siguiente, el papa expresó, entre otras cosas: Para los ancianos se necesitan espacios de dignidad y de libertad, no de cerrazón y silencios, que con demasiada frecuencia se convierten en una tortura.
Fuerte, ¿no? Este es el texto completo: Se hace necesario, por lo tanto, comprometerse a favor de una asistencia que, junto al tradicional modelo biomédico, se enriquezca con espacios de dignidad y de libertad, lejos de la cerrazón y de los silencios. El silencio, muchas veces se transforma en tortura. Estas cerrazones y silencios que con demasiada frecuencia rodean a las personas en el ámbito asistencial. En esta perspectiva quisiera subrayar la importancia del aspecto religioso y espiritual. Es más, esta es una dimensión que sigue siendo vital incluso cuando las capacidades cognitivas se reducen o se pierden. Se trata de poner en práctica un especial acercamiento pastoral para acompañar la vida religiosa de las personas ancianas con graves patologías degenerativas, con formas y contenidos diversificados, porque, en cualquier caso, la mente y su corazón no interrumpen el diálogo y la relación con Dios.
Interesante y sugestivo. ¿Debería servirnos como elemento de análisis del tipo de relación que tenemos con nuestros propios ancianos y los que desconocemos absolutamente porque nunca visitamos los lugares donde se encuentran: hospitales u hospicios?
Si tuvimos la experiencia de crecer o haber estado cercanos a nuestros abuelos o tíos mayores y fuimos orientados para tratarlos con afecto y consideración, es probable que seamos sensibles ante las vicisitudes de los ancianos.
Ahora, una anécdota: en el colegio San José-La Salle, mientras era profesor de Religión y luego de haber conocido una positiva experiencia realizada por el Liceo Panamericano sustituyendo la elaboración de tesis de investigación por trabajos comunitarios, conseguí que mis alumnos hicieran otro tanto. Lo logramos varios años, hasta que me jubilé.
Al finalizar el curso presentaban ante un tribunal el informe final de su trabajo social. En cierta ocasión un alumno que presentó su trabajo explicó que había consistido en concurrir semanalmente a un albergue de ancianos. Le pregunté para qué le había servido la experiencia y observé que se conturbó y en sus ojos aparecieron lágrimas.
Luego de tranquilizarlo le pregunté la razón de su congoja y me reveló que había aprendido que a los ancianos les daban lo que necesitaban: alimentación, higiene, tratamientos, distracciones, etcétera, pero que se quejaban del abandono de sus familiares que no los visitaban.
Concluyó: Si yo hubiera tenido esta experiencia antes, no habría escurrido de mi abuelo que vivía con nosotros y que falleció el año pasado.
¿Puede ser el silencio una tortura? ¿Sería tan amable en darme su opinión?