¡Batea tú! me contestó con voz estentórea, resentido, desde una de las canchas de béisbol de Miraflores uno de mis hijos, entonces de 9 años, luego de que, por haber fallado bateando, le grité enojado ¡batea bien!, durante un juego, en el que un hit de su parte podía haber sido útil para que los cachorros de Fatty se pusieran adelante en el marcador, en procura de otro triunfo.
La actitud del preadolescente puede traducirse: ¿Acaso puedes hacer bien lo que me criticas que he hecho mal? ¿Crees que es fácil mi tarea? ¿Qué no hago mi mejor esfuerzo?
¿Aprendí la lección? Sí. Entendí el mensaje, mas no siempre he podido ponerlo en práctica.
“Ponernos en los zapatos de los demás” es una frase que invita a la reflexión y comprensión de la situación que viven otras personas, a quienes exigimos la perfección, sin considerar las complejidades o situaciones adversas que enfrentan.
No sé si a usted, pero para mí sigue siendo más fácil criticar a quienes creo que se equivocan, ser rápido para proponer soluciones a situaciones o problemas, que tal vez yo mismo soy incapaz de adoptar, poner en marcha y perseverar.
Es más agradable escuchar: yo creo que la solución al problema que afrontamos es la siguiente… y estoy dispuesto a colaborar para conseguirla… ¡Cuenten conmigo!
El tema me recuerda mis etapas de formación en el Movimiento Familiar Cristiano, cuando conyugalmente y en equipos de parejas, estudiábamos variados casos de conflictividad conyugal o social, aplicando el método ver, juzgar y actuar.
En estos días, gracias a la renovación a la que nos invita el papa Francisco, con acierto y constancia en las últimas semanas, he vuelto a repasar mi inserción en actividades apostólicas de la Iglesia católica y observo, no sin arrepentimiento, que siempre es más lo que pude haber hecho que lo que hice.
Entonces me planteo: ¿acaso estos días que corren no son los propicios para que mi generación y las coetáneas, algunas jubiladas y otras semijubiladas, tanto mujeres como varones, intentemos subsanar omisiones de apostolado, poniéndonos al servicio de nuestra Iglesia, como corresponde a los laicos, para colaborar en actividades pastorales en las áreas en las que podamos ser útiles?
¿De cuánto tiempo disponemos para descubrir en equipo las necesidades parroquiales, encontrar las mejores soluciones y ayudar a ponerlas en práctica, para beneficio de la colectividad?
¿También las personas mayores podemos “hacer lío” en las parroquias, como Francisco sugirió a los jóvenes?
¿Con cuánto personal apto para colaborar en obras de enseñanza y caridad podría contar cada párroco para su plan pastoral?
¿Se imagina usted la labor que podríamos desarrollar, con tesón y alegría? Tal vez consigamos aquello que nos parece que ha estado faltando y hemos criticado, sin involucrarnos.
Ya hay personas prestando esos servicios. ¿Conviene a los católicos pasar de la simple crítica a la acción parroquial mancomunada? ¿Sería tan amable en darme su opinión?