Adentro, los pabellones se suceden unos a otros, las grandes editoriales como ballenas varadas abarcan los mejores lugares y empujan con la cola hacia los pasillos finales a las editoriales independientes y otras que parecen menos importantes, la del Ministerio de Cultura del Ecuador entre ellas.

Afuera, Santiago simula tener un río, para eso ostenta una enorme y casi vacía zanja encementada que atraviesa la ciudad, como en París, como en Roma. Entre la ilusión neurótica que crea el movimiento frenético e interminable de vehículos que se agrupan y van de allá para acá, un pequeño hilo de agua, lento y turbio que baja desde la cordillera, parece susurrar otra verdad, más densa, más quieta: no se es tan París, ni tan Roma.

Adentro, con pasos cortos y abrigo largo, Carmen se abre camino entre animadores de programas de farándula que presentan libros de escritores consagrados. A Carmen nadie la presenta. No aparece en los programas, pero sí figura en las antologías de poesía chilena. Carmen disimula su molestia y cumple su trabajo, habla con su verdad despeinada, con su lengua espesa.

Afuera, grandes carteles presentan a una renovada Feria del Libro de Santiago (Filsa), con un tono irreverente trata de acercar el mensaje a los jóvenes con el eslogan “Filsa pa’l que lee”, que hace referencia a un popular grafiti que se encuentra en los baños chilenos y que se reproduce en el título de esta columna.

Adentro, al igual que afuera, pareciera que solo ha cambiado la forma. Con más cafeterías y sillones, sigue siendo un gran mall con una considerable y atractiva oferta de publicaciones, y varias celebridades narrativas firmando y mostrando su humanidad frente a los lectores que están dispuestos a pagar cerca de 5 dólares para entrar y adquirir su ejemplar con el IVA más alto del mundo por un libro.

Un poco más afuera, aquí, nos topamos con una preocupación similar: ¿se puede fomentar la lectura en los jóvenes? Me preguntaría primero, qué entendemos por jóvenes, y luego, a qué nos referimos cuando hablamos de lectura. Los escenarios no son tan predecibles en un mundo donde hay de todo menos tiempo, donde existe la sensación de que se puede conseguir cualquier respuesta con un clic, donde no se quiere pagar; todo es “pirateablemente” gratis. Un mundo que se basta de 140 caracteres para insinuar una historia, y terminarla. Territorio del tecnofascinado Homovidens, con un promedio de lectura en Ecuador de 0,5 libros por año.

Sin embargo, atravesando esta nebulosa metafísica, en Guayaquil están pasando cosas, traer a escritores como Andrés Neuman y ponerlo frente a estudiantes a conversar, despierta la fascinación por las historias. En pocos días se inaugura el Festival de Poesía Ileana Espinel con poetas de más de diez países, y mientras tanto, estudiantes de la U. Casa Grande están produciendo un disco con reconocidas bandas nacionales, que comprometidas con este proyecto han compuesto canciones basadas en cuentos latinoamericanos de autores como Borges, Velasco Mackenzie, Cortázar, Benedetti y García Márquez, con la idea de acercar a los jóvenes a las historias a través de distintos lenguajes, y como dicen ellos: tal vez no funcione, pero vale la pena intentarlo.