El único pecado quizás es lastimar sin ninguna razón llevándonos aquello a una necesaria apología del amor. La fe cristiana, musulmana o budista, siendo aquella última pureza de mente y corazón para facilitar la iluminación interior, se basa en tradiciones o libros llamados sagrados. Toda teología o ideología necesita textos considerados como expresión directa de una divinidad o de un líder. El ateo niega la existencia de Dios, el agnóstico juzga imposible la demostración de su existencia como de su no existencia, considera que nuestra mente finita, limitada, no puede alcanzar la comprensión cabal de lo eterno, lo infinito. La Biblia o el Corán no admiten siquiera discusiones.

El ser humano puede llegar al fundamentalismo cerrando toda posibilidad de entendimiento, llegando a la pasividad o a la agresividad, una especie de santidad o una obnubilación de la mente como ocurrió con el nazismo. Puedo considerar como inhumano el rechazo a una transfusión de sangre, pero no me queda otro remedio que respetar a quienes la consideran como una ofensa al eventual creador. El creyente reza, declara obtener contestaciones inmediatas, precisas; el agnóstico piensa que podemos imaginar, crear, inventar a la vez las preguntas y las respuestas. El creyente considera que todo lo que sucede es voluntad de Dios frente a la cual debemos doblarnos o resignarnos (ten piedad). El agnóstico desea que haya otra vida después de esta mas no tiene ninguna razón para confirmar su existencia: los muertos no vuelven, las supuestas experiencias pos mórtem resultan discutibles, podemos imaginar la presencia de nuestros seres amados después de su óbito, oler su perfume, oír sus pasos, hablamos del famoso túnel de luz, el reencuentro con familiares o amigos fallecidos, pero puede ser el mero sueño que nos impulsa a creernos inmortales. Todos leemos, buscamos, conversamos, nos acercamos a tal o cual religión, ni siquiera podemos apoyarnos en escritores o filósofos trascendentes, pues unos fueron creyentes, otros no. Al final, cada ser humano puede imaginar a Dios según sus propios parámetros. Muchas veces vivimos anestesiados por nuestros propios sueños.

Jesús puede ser el Hijo de Dios, para otros un notable humanista como puede haberlo sido Siddhartha Gautama 500 años antes de Cristo. Toda actitud agresiva para defender una creencia resulta sospechosa, es más difícil la tolerancia, es más arduo el camino que nos lleva a respetar el pensamiento ajeno. Algo es innegable: todos debemos construir un camino propio dentro de nuestro marco existencial. Si no tenemos una fe religiosa, el humanismo permite una escala moral prioritaria. Respeto a Albert Camus, quien encontró valores innegables como la solidaridad, defendió la más alta instancia ética posible, adoptó una actitud de rebelión frente a lo que él llamaba absurdismo. Mucho antes David Hume había puesto en tela de duda el principio de causalidad. Sísifo es feliz cuando la lucha para empujar una roca llena su vida. Kant opta por el imperativo categórico (hazlo porque sí). Queda el amor como valor supremo, capaz de establecer relación entre quienes tienen creencias diferentes. La historia de la humanidad nos recuerda que llegamos a odiarnos por no creer en los mismos dioses o valores.