Dos fiestas cristianas que invitan a la reflexión profunda: el Día de Todos los Santos (1 de noviembre) y el de los Fieles Difuntos (2 de noviembre), con los que se inicia noviembre, ponen nuestro pensamiento en el más allá, sin miedo y cargado de esperanza.

Los que se centran en la fiesta de Halloween quizá busquen eludir la reflexión por la superficialidad de esta “moda”.

Para mí, el Día de los Santos ha tenido siempre un gran atractivo, ninguno de ellos se queda sin su fiesta por no estar en los altares y no ser conocido; cualquier persona puede tener un familiar en el cielo y acudir a él como un eficaz intercesor.

La voluntad de Dios es nuestra santificación, ¿pero nosotros cómo podemos conseguirla? La podemos conseguir aceptando amorosamente la voluntad divina, como les digo a mis hijos. Dios nos hizo libres y ayudados de su gracia podemos salvarnos, aunque nos toque ir por algún tiempo al Purgatorio.

Si nos saltamos los mandamientos de su ley por nuestra libre voluntad torcida, nos enfrentaremos a la divina justicia al acabarse nuestro recorrido en la tierra.

Jesús le dijo a la santa Faustina Kowalska, la secretaria de su corazón misericordioso o de la revelación de la Divina Misericordia del Señor: “Las culpas involuntarias de las almas no retienen mi amor hacia ellas, ni me impiden unirme a ellas; sin embargo, las culpas, aunque sean las más pequeñas pero voluntarias, frenan mis gracias y a tales almas no las puedo colmar de mis dones” (Nº 1641 del Diario de sor Faustina sobre la Divina Misericordia de Jesús).

Josefa Romo,
Valladolid, España