Los colibríes me acompañan desde mi niñez. En la casa de mis abuelos, en El Guabo, provincia del Azuay, cuando florecían los durazneros, perales, manzanos, reina claudias y capulíes nos sentábamos cerca de estos frutales para admirar el tamaño, la forma, los colores y el vuelo centelleante de los colibríes. En Morona Santiago (Pueblo Pata) se repetía la historia, ya en casa de mis padres. En Ambato, Zaruma, Mindo, Chiguinda, Gualaquiza, Puyo, Macas, Sucúa, Ibarra y Tulcán, por nombrar algunas ciudades, no hay que buscar demasiado para presenciar la actividad maravillosa de estas diminutas aves.
Los hoteles y albergues de Mindo, para citar un ejemplo, poseen espacios donde los colibríes se alimentan con agua azucarada o miel, colocadas en dispositivos hechos para tal propósito. Tanto las aves como quienes las admiran, en estos sitios, logran entenderse: los turistas observan en silencio, evitan movimientos bruscos, se mueven sigilosamente; los colibríes hacen lo suyo: se sienten tranquilos, no se asustan por la presencia humana, se alimentan a su gusto y ofrecen lo mejor de su plumaje y capacidad de vuelo para deleite de quienes llegan hasta ese sitio, a veces muy alejado de ‘la civilización’, en busca de un encuentro con criaturas normalmente ajenas a toda agenda de rutina.
Hace muy poco, en un paseo familiar, tuve una experiencia que colmó mi espíritu con percepciones inolvidables. En una corta visita a Quito escogimos a Nono como destino. El día fue extraordinariamente hermoso: el sol de las diez de la mañana calentaba con suavidad, el viento tenía características de brisa mañanera, el cielo era ‘azul como ninguno’. Nono está a 20 kilómetros de Quito. Cuando alcanzamos la parte más alta de la nueva vía, en lugar de bajar a Nono decidimos conocer la reserva Yanacocha. Luego de diez kilómetros de viajar por este verdadero balcón de los andes llegamos a nuestro destino. Aves, vegetación, familia, amigos, guías, todo a pedir de boca. Qué impresión me causó ver al Guagua Pichincha desde atrás con su vertiente dirigida hacia los bosques exuberantes de Mindo. Un espectáculo que no lo describo porque ustedes deben presenciarlo, por lo menos una vez en la vida. Transcribo información de mister Google: “Yanacocha está ubicada a 3.200 mt (10.500 ft); es una de las reservas más altas al oeste del volcán Pichincha, cuenta con 960 hectáreas (2.371 acres), una gran parte de la vegetación es polylepis. Estas tierras altas son el hábitat perfecto para los espectaculares colibríes como el alazafiro grande (Pterophane scyanopterus), colibrí pico espada (Ensifera ensifera) y el endémico zamarrito pechinegro (Eriocnemis nigrivestis), que además se encuentra en estado crítico de desaparecer. Esta reserva es administrada por la fundación Jocotoco, creada en 1998 para proteger a las aves en peligro de extinción que viven en esta parte de los andes”. Les invito a contemplar, desde lo alto, los caprichos de nuestra topografía. Nono es un paraíso que colma expectativas exigentes.
“Un derecho no es lo que alguien te debe dar. Un derecho es lo que nadie te debe quitar”.
(A. E. Roosevelt).