La coincidencia entre las dificultades en la selección de candidatos dentro de la oposición y el juzgamiento a la disidencia dentro del movimiento político gubernamental expresan claramente la realidad y el futuro de las agrupaciones políticas ecuatorianas. Los dos hechos giran en torno a caudillos, a lo que hagan o dejen de hacer ciertas personas, en una manifestación de la personalización más extrema de la política en la historia nacional. La única diferencia entre ambos es que en Alianza PAIS el caudillismo tiene nombre y apellido, es algo concreto, palpable, con seis años de dominio absoluto e indiscutible, mientras que para las diversas oposiciones el caudillismo es una meta no lograda, una aspiración hasta ahora inalcanzable. Salvando eso, en ambos campos, en las filas gubernamentales y en la oposición, se ve a la política como una actividad que debe ser hecha por individuos, seres iluminados (generalmente hombres, rara vez mujeres), encargados de conducir a los demás.

Para nadie es desconocido que Alianza PAIS se mueve al ritmo que marca el líder. Las decisiones no se toman en instancias colectivas ni tienen una dirección ascendente. Ellas provienen de quien ocupa la cúspide de un entramado que ni siquiera tiene forma de pirámide sino de poste (o quizás de alfiler), y de ahí descienden hacia el conjunto. Para qué hacerse problema si hay alguien que sabe lo que se debe hacer, tiene el secreto de cómo hacerlo y además, como se encargó de aclararlo desde el inicio, nunca se equivoca. Ahí está la clave de todo, de la eficiencia y la eficacia, pero también de la cohesión y la lealtad. Principios, valores, creencias, ideología, acciones y decisiones deben emanar desde allí. Por ello, no está permitido el mínimo asomo de discrepancia o de disidencia, como lo comprobaron quienes creyeron posible alejarse medio milímetro de la visión curuchupa que ilumina al líder.

Desde la otra orilla no llegan mejores noticias. Quienes consideran que su participación en una elección presidencial o legislativa es suficiente carta de legitimidad para la actividad política, salieron desesperados a buscar candidatos. A ninguno de ellos se le ocurrió presentar previamente un par de ideas como propuesta de su organización para las alcaldías o prefecturas ni acudieron a sus propias filas para conseguir el candidato. La justificación es que no podían hacer ni lo uno ni lo otro, sencillamente porque no existen organizaciones políticas. A pesar de que han tenido seis años para construirlas, solamente se acuerdan de la tarea el día anterior a las elecciones. Ahí, cuando sienten la falta de estructura, de militantes y de ideas, es cuando se lanzan a la búsqueda desesperada del personaje que tenga vocación de caudillo. Quieren repetir la fórmula exitosa de Alianza PAIS en el 2006, sin considerar que eso es lo que se debe erradicar de la política.

Independientemente de los resultados electorales, el futuro se va dibujando como una lucha de caudillos que, como corresponde a su estirpe, buscarán definir rumbos e imponer valores, creencias e ideologías. Cada vez serán más escasos los traidores.