“Había una niña en el hospital de campaña que estaba en shock. Miraba al aire y gritaba ‘mami’, ‘papi’. El doctor le dijo: ‘Por favor, cálmate, cariño. Estas acá, soy el doctor’. Y ella empezó a gritar: ‘¿Estoy en el cielo?’. ‘¿Estoy en el cielo?’. Le dijeron que no, que estaba viva. Ella no se podía dar cuenta si estaba viva o no… Desafortunadamente, toda su familia había muerto. Entonces era la única persona viva de su familia y estaba en shock. No podía entender lo que pasaba alrededor suyo…”.

Lo que antecede es parte de un relato estremecedor que recoge el diario La Nación de Buenos Aires, acerca de las consecuencias de un ataque masivo en las afueras de Damasco, en el que se presume que se usaron armas químicas y en el cual murieron más de 1.400 personas. Las fotografías que han circulado por todo el mundo son testimonio macabro de hasta dónde puede llegar la especie humana, dominada por la intolerancia y los intereses.

Siria es un país situado en la orilla oriental del mar Mediterráneo, dueño de una historia milenaria y con veinte millones de habitantes, la mayoría de los cuales se adhieren al islam.

Desde el punto de vista político hay un partido, el Baath Árabe Socialista, que gobierna desde 1963, a partir de la declaratoria de un estado de emergencia. Desde 1970, el presidente siempre ha sido miembro de la familia Assad. El actual gobernante, Bashar al Asad, asumió el poder en el año 2000, después de la muerte de su padre Hafez al Asad, lo que fue refrendado en una elección de candidatura única.

La Constitución vigente desde el 2012 define a Siria como república unitaria semipresidencialista. El presidente debe ser musulmán y su partido controla los tres poderes del Estado sirio. Ciertamente, está permitida la participación de otros seis partidos menores que, junto al dominante, integran el Frente Nacional Progresista y son los únicos que están autorizados para expresar o discutir ideas políticas.

En este contexto, muchos sirios consideraban que el gobierno se había vuelto represor y autoritario y empezaron las protestas, que fueron fuertemente reprimidas. En el año 2011, la sociedad civil y un grupo de desertores del ejército iniciaron la lucha armada, que el gobierno trató de sofocar, pero ya se había convertido en una guerra civil, muy violenta, con gran derramamiento de sangre, que ha dejado ya dos millones de refugiados, de los cuales, según Unicef, un millón son niños, y más de cien mil muertos.

Las últimas imágenes, que nos sobrecogen, retratan uno de los peores episodios de la guerra, aún no suficientemente aclarado, pues a pesar de que todas las evidencias parecen indicar que se trató de un ataque con armas químicas, el gobierno lo ha negado.

El secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon ha solicitado al régimen sirio que permita, sin demora, que los inspectores enviados por el organismo accedan al lugar afectado, para que puedan elaborar un informe. La ONU, en nombre de los estados que la integran y de sus ciudadanos, tiene el deber de establecer la veracidad de lo ocurrido y sus responsables, pues se trata de un crimen contra la humanidad que, como tal, afecta a toda la especie.