El debate acerca de la reelección indefinida ha tomado vigencia. Muchos opinan que complota contra la democracia en Latinoamérica. Señalan que nuestros pueblos, nuevamente exhaustos ya de cohabitar con la miseria, desesperanza, violencia, inequidad y corrupción, le apuesta a figuras políticas determinadas –no a proyecto político alguno– entregándose a esas manos en cuerpo y alma. Como antes. La diferencia es que ahora esos gobernantes también son candidatos –con todo el poder político y económico inherentes al gobierno local o nacional–. Todo el aparataje logístico y comunicacional a su entera disposición. Desde el siglo XVI se comprendió la utilidad de la prensa para impregnar en la sociedad los valores o antivalores que quien domina busca instaurar. Así se influye en la opinión pública, se inventan y montan percepciones hasta consolidarlas y trocarlas en “realidades”. La vía idónea son algunos medios de comunicación.
¿Cuál sería el problema político de un país con reelección indefinida? Antes de pensar en el problema, propongo preguntarnos ¿cuál sería la estructura política de un país con la reelección indefinida? Para empezar, no sería democracia. Con la reelección indefinida la realidad sería otra y el lenguaje –cuya razón de ser es darles nombre a las realidades– la llama monocracia. Esta nueva forma de gobierno es conceptualizada por muchos como un engendro promiscuo entre democracia y tiranía. Fortalecida por la reelección indefinida se la describe como aquella que tiene un soberano –que no es el pueblo– sino un individuo; su poder es tal que cada vez que lo considera necesario modifica la Constitución, propone convenios. ¿La opinión de los mandantes?... ¿para qué? Ya no interesa. No es una monarquía, porque la majestad del poder no la hereda; tampoco es una dictadura, porque su llegada al poder no ha sido por la fuerza sino por el voto, lo cual necesariamente no significa “elección”, no siempre sufragar implica elegir. De ahí la promiscuidad a la que se alude.
El monócrata vive para expresar su voluntad y hacerla cumplir. Sus funcionarios y colaboradores trabajan para satisfacer sus deseos, órdenes, amenazas. La mayoría de los asambleístas, legisladores o concejales están para aprobar lo que se envía ya redactado, listo para ser legalizado, no debatido. ¿Y la justicia? También. Es decir, el monócrata concentra el poder absoluto en sus manos absolutas, las únicas. En la reelección indefinida que se plantea para América Latina los partidos políticos son secundarios, importa un individuo, sin él o ella es poco probable la permanencia en el poder. Así lo sienten. Lo saben.
Y en nuestro país, ya que andamos en la onda de sincerar el erario nacional normando los subsidios –que me parece muy bien–, también sería una buena señal, sincerar y nominar con propiedad al sistema de gobierno que rige. Podemos ser un país con un sistema de gobierno democrático o monocrático. Le toca a la ciudadanía –y no a ningún acuerdo entre políticos– reflexionar el tema y decidir bajo qué sistema quiere vivir. Simón Bolívar vio venir este nuevo escenario y sentenció: “Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el poder. El pueblo se acostumbra a obedecer(le) y él se acostumbra a mandarlo”.