Opinión internacional |
No quiero escribir sobre lo que usted ya sabe, entre otros motivos porque cualquier cosa que se escribe hoy sobre el papa se queda vieja mañana, cuando él mismo avanza un paso más y nos vuelve a sorprender a todos. Francisco vino a Río de Janeiro –digo vino, porque vino a nuestra América querida– y armó el mismo lío que pidió en la catedral de Río a los jóvenes argentinos que asistían a la Jornada Mundial de la Juventud. “Armar lío”, en argentino, quiere decir precisamente causarlo (los argentinos armamos muchas cosas). Por las dudas lo explicitó con sus propias palabras: sean rebeldes, revolucionarios, salgan a las calles, no se queden adentro de las iglesias…
Francisco es el papa de los gestos, desde sus zapatos hasta el maletín. Hace tiempo que repite el mandato de san Francisco de Asís: “Predicate il Vangelo e, se fosse necessario, anche con le parole” (Prediquen el Evangelio, y si es necesario háganlo con la palabra). Por eso me interesan hoy los gestos que son los que quedarán en la historia, porque los hombres, los seres humanos, hacemos lo que vemos y no lo que oímos.
Y de esos muchos gestos, uno tras otro, el que lo ha marcado como un gigante es la rueda de prensa que mantuvo con los periodistas que lo acompañaban en el avión que lo devolvió a Roma. Después de seis días intensísimos en Brasil, después de la jornada agotadora del domingo pasado, se subió al avión con su maletín gastado y sus zapatos destartalados, y en lugar de apoltronarse en su asiento y pedir el merecido espumante de bienvenida, se presentó ante los 70 periodistas que lo esperaban en la parte de atrás del avión, ellos sí, bien atendidos con un proseco por Alitalia.
Allí vino lo mejor. En cuanto el avión se puso horizontal en pleno vuelo, se enfrentó sin red y sin condiciones a los periodistas a quienes contestó las preguntas y repreguntas más espontáneas. Todo lo que quisieran saber y que usted ya conoce porque salió en todos los medios del mundo: ‘¿Quién soy yo para juzgar a los gays?’ titularon al día siguiente el New York Times y el Washington Post, y El País de Madrid y The Independent de Londres. Pero los periodistas no se quedaron ahí: preguntaron hasta por el contenido del misterioso maletín negro: “No había dentro la llave de la bomba atómica. La llevaba porque siempre lo he hecho. Cuando viajo, la llevo. Dentro llevo la cuchilla de afeitar, el breviario, la agenda, un libro para leer. Llevo uno sobre santa Teresita, de la que soy devoto. Siempre llevo el maletín cuando viajo, es normal” ¡Genial!
¿Qué gobernante del mundo –no digo de nuestra América sufrida– se atreve hoy a enfrentarse con 70 periodistas, de esos que hacen las preguntas fuertes? ¿Qué empresario importante lo haría ante un solo periodista sin antes asegurarse de que las preguntas van a ser las que él quiere? ¿Qué gobernante se arriesga ante nadie que no sea la propia tropa? ¿Quién lo hace adentro de un avión, donde es imposible escaparse? ¿Cuál de ellos contesta las preguntas una por una, agradeciéndolas, como si fuera lo más normal del mundo? ¿Quién, al contestarlas, los deja satisfechos y hasta pensativos? La respuesta es fácil: nadie y hace muchos años es capaz de hacer semejante cosa. Es que hace muchos años que ninguna autoridad de la Tierra contesta preguntas de este modo. ¿Y sabe por qué? Porque tienen cosas que esconder, que son justo las que los periodistas y los ciudadanos quieren saber. Y resulta que el papa no tiene nada que esconder, ni siquiera lo que lleva adentro de su maletín.
No soy quien para conocer las intenciones del papa, pero déjenme pensar que lo del maletín trajinado de su viaje a Río fue un anzuelo para que le hagan la pregunta. Los madrugó a los periodistas y la provocó para contestarles lo de la normalidad: “Es normal que lleve un maletín cuando viajo. Debemos ser normales. Debemos habituarnos a ser normales. La normalidad de la vida”. No sé si es normal, pero a partir de ahora vamos a ver a los presidentes, reyes y primeros ministros subir con maletines en los aviones y nadie les preguntará lo que llevan dentro porque ya conocemos la respuesta: libros de santa Teresita y afeites en general.
El gesto del papa lo pinta de cuerpo entero y muestra su costado político, ese que intenta cambiar la realidad para volverla mejor de lo que era. Pero no espere que se quede ahí. Vendrán muchos más y son los que cambiarán el mundo más que sus palabras.









