Se ha vuelto bastante común en círculos de estudio, amistades o laborales encontrar una o varias personas cuyas expresiones altisonantes y ordinarias, las hacen sentir que están en la onda o que son rejuvenecidas por una sarta de términos.
En Argentina, este tipo de expresiones era propio de los arrabales. En Alemania se les llamó atinadamente “lumpen”, lengua de salvajes. En Ecuador, el lenguaje cuyo reducto de expansión se daba en los sectores marginales que por depresión económica se veían alejados de una elemental educación, y que en la mayoría de las oportunidades se lindaba con el código de los delincuentes, actualmente ha abandonado la esquina y ha subido a profesionales, estudiantes de colegio y universidad. Muchos de ellos piensan en que son más maduros, más hombres o más rudos, si dicen palabrotas y expresiones ordinarias.
A propósito de las fiestas julianas, que se rescaten los valores cívicos, propios de los guayaquileños, donde el respeto tenía templo y casa en cada individuo, y la vulgaridad era mal vista, no por arrogancia o elitismo, sino en celosa guardianía de aquello que era valioso preservar: la convivencia pacífica, sin aspavientos, sin poses insufladas, sin groserías.
Clara Elizabeth Real Moreira,
doctora en Ciencias de la Educación, Guayaquil