La filtración de información por parte de Edward Snowden, exagente de la CIA y hasta hace poco empleado de una compañía contratista de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense (NSA, por sus siglas en inglés), reveló una aterradora verdad: los Estados Unidos conjuntamente con Inglaterra mantienen activos sistemas de espionaje, que hacen palidecer cualquier estructura de esa laya que hubiere operado en la Guerra Fría. Se espía a aliados y enemigos por igual, mediante programas tan complejos como Prisma y Tempora, a través de los cuales se escanean las redes mundiales de comunicación digital. La explicación dada por el presidente Obama, quien enfrenta el peor momento en lo que va de sus dos mandatos, acude a la vieja falacia de Seguridad vs. Garantías, para tratar de justificar lo injustificable. Este episodio ha dejado muy maltrechas sus relaciones con países que tradicionalmente han sido sus aliados, al punto que Viviane Reding, comisaria de Justicia de la Unión Europea amenazó con suspender las negociaciones de una zona de libre comercio entre esta y el gigante norteamericano. Para colmo de males, se acaba de demostrar que la Francia del progresista Hollande también tiene su propio Gran Hermano, con la diferencia de que lo hecho por Estados Unidos e Inglaterra, por cuestionable que sea, tiene una base legal en las famosas Patriot Acts que se aprobaron en el régimen de Bush, mientras que en el país galo las escuchas e interceptaciones son totalmente ilegales.
Un problema de semejante envergadura, evidentemente termina de una u otra forma inmiscuyendo a todos en la discusión, pero en el caso ecuatoriano y gracias al manejo diplomático que se dio a este, nuestra intervención fue simplemente desastrosa. La crisis de autoridad en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Ecuador, las contradicciones y verdades a medias que se produjeron a velocidades de vértigo, así como un amateurismo en el manejo de grandes problemas internacionales, se hicieron más que palpables. Cuando todo el mundo estaba pendiente de la suerte de Snowden, quien luego de una breve estadía en Hong Kong, donde hizo sus revelaciones al diario inglés The Guardian, partió hacia Rusia, se hizo pública una petición de asilo político que habría realizado este a Ecuador. Luego del discurso sabatino de rigor, en el que la palabra “soberanía” fue el invitado principal, se anunció a mediados de la semana pasada que el país renunciaba al ATPDEA, bajo el argumento de que no aceptamos chantajes ni vendemos nuestros principios”. En rigor de verdad, este sistema de preferencias arancelarias ligado a la lucha contra el narcotráfico y prorrogado hasta el 31 de julio de este año, estaba totalmente perdido, por lo cual la “renuncia voluntaria” del país fue percibida más bien como una señal de sagacidad política.
Lo burdo comenzó cuando Julian Assange informa a la comunidad mundial que el cónsul de Ecuador en Londres había otorgado un salvoconducto al whistle blower que le permitiría eventualmente llegar a nuestro país en calidad de asilado político. Evidentemente la pregunta que surgió en la mente de todos fue por qué Assange, quien también ostenta la calidad de asilado político de Ecuador, hizo un anuncio que estaba sin duda reservado para el presidente de la República o en el peor de los casos, para el canciller. La llamada del vicepresidente Biden y las declaraciones enérgicas de la diplomacia gringa, nos mostraron a las claras que en este tema estaban dispuestos a apretar el acelerador a fondo y nos ubicó en una disyuntiva de las que se denominan no win situation, esto es aceptar que el salvoconducto había sido una decisión de gobierno, con el costo en la relación con Estados Unidos que esto supondría o reconocer públicamente que tenemos un cuerpo diplomático tan impresentable, que un funcionario de cuarta puede emitir un salvoconducto a nombre del país, sin consultar con ninguno de sus superiores. Sucedió lo segundo y el presidente Correa comunicó que dicho documento no había sido conocido y menos aún autorizado por él o la cúpula de la diplomacia ecuatoriana. Inmediatamente y como si se tratara de una pesadilla por capítulos, se hizo pública una carta de Snowden en la que agradece el salvoconducto del cónsul inconsulto y reconoce que no se habría arriesgado a salir de Hong Kong sin esta ayuda. La cereza en el pastel la puso la cadena de noticias Univisión, al dar a conocer mensajes intercambiados entre este funcionario y varios miembros de la cúpula de gobierno, con los que a criterio de dicha fuente noticiosa, se demostraría que estos últimos conocían de la emisión del salvoconducto. Esta información ha sido calificada de hackeada pero no de falsa por parte del propio canciller Patiño. En síntesis, contradicción tras contradicción y un papelón internacional difícil de borrar por una diplomacia que requiere una renovación urgente, desde su cabeza hasta sus bases.
Evidentemente la pregunta que surgió en la mente de todos fue por qué Assange, quien también ostenta la calidad de asilado político de Ecuador, hizo un anuncio que estaba sin duda reservado para el presidente de la República o en el peor de los casos, para el canciller.