Opinión internacional

Leipzig, ciudad anodina, engarzada entre el recuerdo de las pasadas glorias y la vergüenza de la guerra, el comunismo fallido y el desempleo. Alguna vez ciudad de prósperos comerciantes, centro intelectual y editorial. Hoy nada, una ciudad apacible, triste, tan sin atributos que se autodenomina “el mejor Berlín”. Aquí estudiaron Goethe y Sándor Márai, Nietzsche y Leibniz, Schumann y Wagner. Merkel y Bachelet. Aquí creó y murió Johann Sebastian Bach. Vivieron Mendelssohn Bartholdy y Mahler, Schiller y Rilke. Catálogo de personalidades, qué hacer con tantos “genios”. Erigirles monumentos: catedrales profanas en honor a la memoria de los dioses de la historia. Sin distancia crítica, recuerdo irreflexivo.

Pero víctimas y culpables del pasado nazi, los alemanes debieron reinventar su actitud ante la historia y sus protohombres. El flamante monumento inaugurado en Leipzig “en honor” a Richard Wagner por los 200 años de su nacimiento ejemplifica la actitud de Alemania frente a sus glorias pasadas. “Desmitificando mitos” es el programa ideológico.

Richard Wagner nació el 22 de mayo de 1813 en Leipzig. En el lugar “sagrado” donde nació el mito Wagner se alza hoy un centro comercial, catedral del consumo. ¿Quién no ha escuchado alguna vez, aunque sea de nombre o fragmentariamente, alguna ópera de Wagner? La sombra del compositor es enorme e internacional. Y para los alemanes es una sombra con la que tienen que lidiar: entre su genio musical y su manipulado antisemitismo, los amantes de su música se suman a una lista de admiradores donde también consta Adolf Hitler.

La historia del monumento a Wagner en Leipzig es larga: intentos fallidos, polémicas, muertes, guerras. A inicios del siglo XX se le encargó al estupendo artista alemán Max Klinger su construcción. Murió dejándonos un cubo blanco labrado, incompleto (que finalmente se usó como base de la obra actual). Luego vino la Primera Guerra Mundial y todos olvidaron el proyecto. En los años 30 los nazis planificaron una monumental escultura para honrar a “su” Wagner, cuya figura explotaron arbitrariamente en cuanto encajaba en su programa: Wagner había hurgado en la tradición germana en busca de historias y pasiones para sus óperas, había escrito un ensayo sobre teoría musical criticando la música “judía”, había puesto en escena las irracionales pasiones humanas. Lo cierto es que el monumento nazi a Wagner, en Leipzig, quedó como un proyecto más. Llegó la Segunda Guerra y en Alemania se fundieron esculturas para fabricar bombas y balas.

Tras la guerra, Alemania se preguntó seriamente qué hacer con sus mitos y héroes, con su patriotismo. 200 años después del nacimiento de Wagner, la conclusión es: Wagner era un ser humano como tú y como yo, con falencias y momentos geniales.

En mis recientes visitas al Ecuador he notado (en ciertas obras nuevas, actitudes y planes polémicos de erigir monumentos a sujetos de moral dudosa) que todavía mitificamos héroes, muertos y vivos. No solo en nuestro país. Basta con pensar en los mitos Simón Bolívar, Che Guevara, transformados “a la medida” de las necesidades del gobierno de turno. Esto, independientemente de los méritos reales de los personajes.

Mientras que de nuestro lado de la orilla parece que seguimos mitificando, erigiendo monumentos acríticos, de este lado, en Alemania, se intenta desmitificar a los mitos, humanizar a los héroes. Richard Wagner no era más que un hombre, un simple hombre, con corbatín rojo y chaqueta azul, a colores, más bien pequeño: un hombre “como tú y como yo”. La escultura de Wagner no es un caso aislado en la construcción de monumentos en Alemania. Su creador, Stephan Balkenhol, es el artista más famoso del país y anda dedicado a desmitificar mitos en varias ciudades. (¿No sería interesante contratarlo en Ecuador para hacer una estatua del señor presidente o del Libertador, o de los dos dándose la mano?).

La escultura de Wagner muestra a un hombre insignificante que proyecta una gigantesca sombra, de bronce. Nos hemos pasado siglos haciéndoles monumentos de bronce a las sombras de los héroes.

¿Es necesario ser un gran hombre para proyectar una sombra imponente? Cualquiera que se haya parado en la calle a la luz del sol lo sabe: es la posición del sol la que determina el tamaño de nuestra sombra, la ubicación de la Tierra en el espacio. ¿Qué ecuatoriano (ser de la Mitad del Mundo, de la ficción geográfica del medio) no se ha sorprendido al encontrarse con el tamaño de su sombra en otras latitudes?

Hay genios desconocidos y mediocres famosos, es una obviedad que no requiere de ejemplos. Hoy, gracias o a desgracias de los medios de comunicación masiva estos últimos proliferan. Comprendiendo el mundo que nos rodea, Balkenhol concibió la estatua de Richard Wagner así: el tamaño de una persona (sus méritos reales) no equivale al tamaño de su sombra (su influencia, su recepción, su fama). Moderno, lúcido, Balkenhol entendió que existen figuras históricas que se inflan hasta tapar el sol, y por ello su sombra resulta gigantesca. ¿Por qué no repensar la historia juzgando, por separado, al hombre y a su sombra?

Bajo el sol ecuatorial de mediodía somos todos seres sin sombra, lo que somos y nada más. Ni un mito ni un héroe, lejos de la embriaguez de la imagen y las palabras.

Richard Wagner fue e hizo mucho. Fue un genial compositor de lo sublime, del delirio monumental de los mitos germanos, de las pasiones humanas desatadas. También fue un compositor de la ternura, elemento de su obra que no ha echado sombra, será que a nadie le sirve.

Reinventarse, desmitificar a los gigantes, reencontrarnos con los seres humanos y sus matices. Dejar de erigir monumentos de bronce a cada hormiga narcisista rodeada de reflectores teatrales que le alarguen la sombra. Distancia crítica, reflexión, escepticismo ante los mitos es el significado del nuevo monumento.