Reflexiones y propuestas
La democracia es un sistema repleto de imperfecciones, que los miembros de la comunidad, los ecuatorianos, buscamos corregir. Aspiramos a mejores formas de la democracia, como garantía de convivencia pacífica entre diferentes, indios y mestizos, afros y montubios, obreros y empresarios, serranos y costeños. El supuesto, aceptado pero muy difícilmente cumplido, es que las elecciones deben ser periódicas, cada 4 años; competitivas, al menos formalmente los candidatos deben tener las mismas posibilidades de ganar; y, libres, a las que debemos concurrir nominalmente sin presiones ni temor y elegir a nuestros representantes, el presidente y el grupo de “pocos”, que asumen las decisiones fundamentales del régimen. Este fue el acto que dio origen a las posesiones que miramos en estos días y cuyo resultado aceptamos, pese a las irregularidades y porque, en lo sustantivo, no se rompieron los procedimientos.
En las elecciones se construye una mayoría, la que puede ser más o menos grande. El tamaño de la mayoría electoral no condiciona a la orientación de la gestión pública. Lo fundamental es que esa mayoría permitió dirimir un liderazgo y que aceptemos la decisión del colectivo. Podemos cuestionar, como efectivamente se lo ha hecho, que la calidad de este acto de origen fue débil por un mal sistema electoral. El sistema ecuatoriano peca desde su objetivo, al tratar de conformar, avasalladoramente, una mayoría artificialmente abultada contra la pluralidad y las minorías. Para ello utilizó, perversamente, un voto múltiplemente dividido en fracciones, debilitó más aun a las organizaciones políticas dispersas de la oposición y estimuló básicamente al partido dominante. Además, se asoció una contabilidad que no favorece a la proporcionalidad, que es nuestro mandato constitucional básico; y, se ejerció en unas circunscripciones electorales inadecuadas. Sobre esto, calló la Constituyente de Montecristi.
Pese a aquella imperfección, los ciudadanos aceptamos la decisión y el resultado. Pero la función de la mayoría electoral se agota allí, al escoger un liderazgo y un mandato de orientación general, global y delegada, cuya forma fue, como casi todos los actos políticos de la modernidad, ligera y opacamente presentada al pueblo mediante artificios de comunicación. Sin embargo, se pretende prolongar la seducción política y semana a semana se emprende con un operativo para recrear la mayoría electoral.
¿Cuán responsable es estirar la legitimidad electoral frente a decisiones que requieren otras formas de legitimidad de gestión? Es preciso recordar que la “democracia plebiscitaria” también se agotó, cuando la sociedad ecuatoriana con su crecimiento se volvió más compleja. Ya no es posible reunir en una asamblea a todos los ecuatorianos y tomar decisiones. Por ello, la simulación mediática de rendición de cuentas tampoco contribuye al acuerdo social y político.
Todos los días la democracia puja por vivir desde otras dimensiones. Quizás las más importantes, son la justicia, las relaciones entre funciones del Estado y el desarrollo. Son temas que dependen de otros mecanismos de la democracia como la deliberación, la coherencia institucional y la participación social. Y, fundamentalmente, de cómo el mandatario de nuestro sistema hiperpresidencial, decodifique el mandato. Es decir, cómo transforma el código electoral en política pública. Una forma ha sido presentar como que todas las decisiones estatales surgen de la mayoría electoral, lo cual es falso y ubica al país al borde de un autoritarismo de masas. Las lecturas del mandato electoral que conformó al gobierno, deben ser consensualmente construidas, justamente en ejercicio de la mayoría. Este es otro nivel de la aceptación social y política. Y de la participación en el funcionamiento de la democracia que aspiramos desde la sociedad.