Tras el largo debate sobre las consecuencias de dotar a la población (sin distinguir niños y adolescentes) de métodos anticonceptivos, incluido la pastilla del día después, creo necesario abrir discusión a un tema complementario.
Hablaba con mi madre, quien horrorizada me exponía su punto de vista sobre lo terrible de la política de salud propuesta, pero a la vez me decía algo con lo cual coincido; tal vez las condiciones sean propicias para que se presente un libertinaje sexual para nuestros niños y adolescentes, con riesgos de enfermedades, abortos, embarazos no deseados; pero frente a ello hay una complicidad no reconocida por los padres.
¿Dónde quedaron los valores y la moral que se debe inculcar a los hijos desde la casa? Los padres dejan que los niños tomen las riendas de la situación y permiten que se adueñen de la verdad absoluta de lo que es bueno y malo en la vida, conciben el sexo como un escalón de plenitud hacia la adultez, piensan “si me gusta el chico o la chica me voy con él o ella, y si me va bien chévere, y si no, regreso a casa”. Es decir, el hogar es un experimento donde el probar es el medio para un fin no definido, teniendo así hogares con adolescentes ávidos de conocer pronto el mundo sin siquiera conocerse ellos mismos, con el resultado de que el pago a ese error lo hacen sus hijos.
Me recordaba mi mamá que antes había más control sobre los hijos y con el tiempo se fue perdiendo ante las restricciones que impone la “ley”; ahora, por ejemplo, a un niño que hace travesuras leves o gravísimas le dicen hiperactivo, y la solución son terapias con un psicólogo para cambiar su actitud.
Muchos de ellos ven a sus padres como enemigos y recitan sus derechos a no ser reprendidos severamente ni ser tocados. Antes, por el contrario, a los niños que hacían travesuras graves o se portaban mal se los llamaba malcriados y el mejor psicólogo era un cinturón o látigo al que le decían “la tranquilidad de la casa”.
El amor de los hijos hacia los padres era incomparable, pese a que nos castigaban cuando era debido y jamás pensamos en alejarnos de nuestros padres a quienes amamos y respetamos.
Nadie de más de 25 años de edad en el país puede decir que la forma de crianza anterior, de amor y corrección debida de los padres, los dejó traumados.
En síntesis, amigos lectores, ya es hora de retomar nuestro rol como padres y hablar con nuestros hijos con mucho amor, pero asimismo con drasticidad, cuando es necesario.
José Cristhian Castro Velasteguí,
Guayaquil