Frank, un ciudadano colomboalemán que hoy tiene cerca de 60 años, permaneció durante 96 días secuestrado en Colombia hace 30 años. Estuvo en uno de los campamentos que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) establecieron en los años 90 en ese territorio en el que miles de personas estuvieron secuestradas hasta por décadas.

Fue liberado luego que su padre, un exitoso empresario alemán, cedió todas sus compañías y propiedades a la guerrilla.

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Solo unos meses después se mudó con su familia a Guayaquil, Ecuador, donde hoy ve con preocupación cómo el índice de secuestros extorsivos se incrementa y cada semana hay noticias de nuevas víctimas de este delito.

Este extranjero cuenta su testimonio y espera que el actual Gobierno logre contener el poder que han ganado en los últimos años los grupos delictivos, que incluso han captado a funcionarios públicos.

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Una cita con sus secuestradores

Frank no fue sorprendido en una carretera de forma violenta, como regularmente se da un secuestro. Él acudió a una cita con sus secuestradores en abril de 1994 en un edificio del centro de Bogotá. Solo llevaba un cepillo de dientes en su bolsillo.

Su padre, que entonces tenía 80 años, había permanecido secuestrado durante tres meses, desde febrero de ese año, y la familia decidió hacer un intercambio para poder entregar a los secuestradores lo que exigían.

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“El problema era que mi papá nunca cedió el control de sus compañías ni las firmas de sus cuentas a nadie, él manejaba todo. Por eso nos tocó hacer el intercambio porque cuando me llamaban a exigir que yo entregue las propiedades, no podía firmar. Cuando soltaron a mi papá y me llevaron a mí metieron a un contador que revisó todo y liquidaron las compañías, las vendieron todas a precio de gallina con peste”, recuerda con dolor Frank.

Él refiere que las FARC tenían abogados, notarios y gente corrupta en instituciones que trabajaban para la guerrilla y que en poco tiempo transfirieron los bienes a nombre de terceros y cuartos. Esas personas liquidaron los negocios.

“Hacían los traspasos de propiedad inmediatamente”, dice el extranjero que da como ejemplo que una hacienda ganadera de 200 hectáreas que su padre tenía en Tenjo, Cundinamarca, que podría haber estado valorada en millones, fue liquidada en un valor ínfimo luego que publicaran en los periódicos locales la venta.

Así perdieron compañías y grandes propiedades. Por ejemplo, destaca otra hacienda donde sembraban rosas que se exportaban. Además de una concesionaria y una empresa de productos lácteos.

“Ese es el evento más trágico que he vivido”, reflexiona Frank, quien durante su estadía en el campamento, que presume por el clima y la topografía, estaría en la zona de los llanos orientales de Colombia, convivió con Manuel Marulanda, alias Tirofijo, el fundador del grupo terrorista.

Pese a su fama, dice que el guerrillero en jefe siempre lo trató con respeto y le decía “mijo”. Cuenta que era su hombre de confianza, Jacobo Arenas, quien lo intimidaba durante el cautiverio.

“Arenas era un desgraciado sanguinario que mataba por puro placer”, comenta. Además, destaca que Tirofijo se rodeaba de mujeres, que eran de su confianza y que hasta las enviaba a comprobar si los comandantes de otros campamentos cometían secuestros que no eran notificados. De ser así, ellas mataban a quienes consideraban traidores a Tirofijo, revela este hombre.

Frank aclara que durante su cautiverio no estuvo amarrado, vendado o encadenado. Eso solo ocurrió durante su viaje de ida y cuando lo regresaron del campamento hasta Bogotá.

Este ciudadano colomboalemán recuerda que enseñó inglés a quienes formaban parte del poblado durante los tres meses que estuvo en el sitio.

Indica que había niños y mujeres en el lugar y revela indignado que muchas de esas niñas fueron violadas por los terroristas al cumplir los 12 años.

El día 96 de cautiverio, un número que no olvida aunque no recuerda las fechas exactas, dice que Tirofijo le dijo que se iba a casa.

Esta es la dedicatoria que Tirofijo le escribió a Frank en su gorra el día de su liberación, en julio de 1994. Foto: Carolina Pimentel

“Cuando estaba por salir del campamento me dijo: “me gusta tu gorra, déjamela” y le dije: “solo si usted me da la suya” y se la quitó y me la firmó. Puso en inglés: “Mijo, Good Bye, Thank you”, escribió su firma (Manuel Marulanda) y también apuntó Tirofijo, 1994. Me llevé la gorra y aún la conservo. Espero que se esté retorciendo en el infierno”, dice con honestidad, pues señala que se llevaron todo el trabajo de su padre.

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Frank apunta que ese día de julio de 1994 lo llevaron vendado en canoa un poco más de una hora y luego lo subieron a un jeep que lo trasladó hasta la capital colombiana, donde entonces vivía con su esposa y sus hijos pequeños.

“Me dejaron en la calle 13 y carrera Séptima, en Bogotá, ya cuando mi papá había pagado hasta el último centavo. Él me fue a recoger. No nos habíamos visto en seis meses”, recuerda.

Aunque Frank nunca supo con exactitud dónde lo mantuvieron retenido durante esos meses, piensa que se trató de una zona cercana a un pueblo llamado San Pedro de Arimena, pues recuerda que su padre tenía una hacienda por la zona y lo llevaba a cazar.

“Yo pienso que era en esa zona porque la topografía era similar y luego volé varias veces por ahí para tratar de reconocer el sector porque tenía mucha curiosidad”, dice Frank, quien cuando fue secuestrado era piloto.

Ya cuando tenía 13 años viviendo en Ecuador, en 2006, volvió a ser secuestrado. Una banda lo mantuvo tres días en una casa de caña del Guasmo, al pie de la ría, y a su entonces esposa le exigieron una suma millonaria por su liberación.

Menciona que la Unidad Antisecuestro y Extorsión (Unase) lo rescató. En ese caso hubo varios detenidos y se descubrió que tras el plagio estaban allegados a una joven que acababa de contratar en su oficina. Así Frank ha sobrevivido a dos secuestros a lo largo de su vida. (I)