“¡No quiero morir del covid!”, exclama Mac, dispuesto a vacunarse inmediatamente pese a tener 25 años, en el marco de la masiva campaña desplegada en el Reino Unido, que puso a las personas sin hogar entre los grupos prioritarios.

Sin techo desde los 18 años, este joven inglés que oculta sus largos rizos rubios bajo la capucha de una sudadera deportiva recibió la oferta en el refugio nocturno donde ahora duerme.

Es uno de los hospedajes temporales visitados por el doctor Alex Fitzgerald-Barron en Winchester, en el sur de Inglaterra, en un esfuerzo por hacer llegar la vacuna a estos “pacientes de alto riesgo”.

Publicidad

Sus sistemas inmunitarios están deprimidos por una combinación de enfermedades, afirma, enumerando “trastornos psicológicos, neumonías frecuentes, infecciones dentales y dermatológicas” o “alto riesgo de hepatitis C si se inyectan drogas”.

“Si atrapan el COVID-19 tienen muchas más probabilidades de acabar en el hospital y morir”, aunque sean jóvenes, asegura.

En el Reino Unido, país más castigado de Europa con casi 127.000 muertos, el gobierno incluyó recientemente a los sin techo entre los grupos prioritarios para la vacunación en una campaña masiva que llegó ya a 30 millones de personas.

Publicidad

“Es muy importante que nadie quede atrás”, afirmó el ministro de Sanidad, Matt Hancock, que prometió incluir a todos los migrantes independientemente de su estatus legal, al hacer el anuncio a mediados de marzo.

Pero Fitzgerald-Barron, como un puñado de otros doctores, había empezado antes, utilizando su “criterio médico” para clasificarlos como enfermos “extremamente vulnerables”, uno de los primeros grupos inoculados.

Publicidad

Pequeña nevera portátil

Mientras otros utilizan clínicas móviles en pequeñas ambulancias, este doctor se basta con una pequeña nevera que enchufa en su automóvil.

En ella carga por la mañana las dosis del día. Y cuando llega a un albergue, vuelve a enchufar la nevera en la pared, listo para recibir a estos pacientes tan “difíciles de localizar que es necesario pasar por las asociaciones caritativas que ya tienen contacto con ellos”.

“Si no hubiese estado en el refugio nocturno, no me habrían ofrecido la vacuna”, dice Mac.

Capital de Inglaterra entre los siglos IX y XII, famosa por su catedral gótica y el elitista internado para niños Winchester College, esta ciudad de 40.000 habitantes se encuentra en un entorno rural.

Publicidad

“Conozco a personas que viven en tiendas de campaña en los campos a los que nunca encontrarán”, agrega este joven de barba rala y viva mirada azul que habla a toda velocidad.

En enero, Fitzgerald-Barron localizó a 114 personas de las que 74 accedieron a vacunarse, lo que considera “un buen resultado” logrado gracias a una “relación de confianza personal”.

“Tuve que ir a donde ellos estaban para explicarles lo que era”, afirma, seguro de que si hubiesen recibido un simple mensaje escrito nadie habría pedido cita por recelo del sistema.

Es el caso de Leighan, de 35 años, que rechazó la invitación. “Creo que todo esto es una gran conspiración para controlar a la población”, afirma mientras come espaguetis con tomate en el centro de acogida de Trinity, una asociación de Winchester que ayuda a personas sin hogar.

Volver a la calle

Cuando comenzó la pandemia hace un año, el gobierno británico pidió a los concejos municipales albergar a todas las personas que durmiesen en la calle, incluso en hoteles. Desde entonces afirma haber invertido 700 millones de libras (965 millones de dólares) y alojado a 37.000 personas.

Pero al final del primer confinamiento en junio, “vimos que algunos concejos seguían ayudando pero otros no y a algunas personas se les negó el apoyo”, dice Jasmine Basran, de la asociación Crisis, que trabaja con los sin techo a nivel nacional.

Durante toda la pandemia, Mac ha estado un único mes en un hotel.

“Era increíble, tenía una habitación preciosa, era como vivir una vida normal, trabajaba más porque tenía una base sólida”, dice, explicando que suele trabajar como jardinero.

Pero luego “vuelves a la calle o al refugio nocturno rodeado de drogadictos” y “es volver atrás”, afirma, lamentando no recibir hospedaje permanente pese a haberlo solicitado varias veces: “No me drogo, no bebo, trabajo, ¿por qué no?”.

Basran insiste en que el gobierno “debe establecer aún su estrategia para después” del actual confinamiento. Y Fitzgerald-Barron teme que cuando vuelva a los albergues para la segunda dosis de la vacuna en abril “algunas de las personas ya no estén allí”. (I)