“Perdimos nuestra vida, nuestra seguridad”, dice Anastasia Kazankina, una abogada que espera frente a un abarrotado centro de refugiados en la ciudad fronteriza polaca de Przemysl. Como a muchas de las refugiadas que huyeron de la guerra de Ucrania, dejando atrás maridos e hijos, ni se le ocurre celebrar el Día Internacional de la Mujer.