Una veintena de personas esperan turno en un centro de giros internacionales de Filandia, un pequeño pueblo de Colombia. Avanzan ansiosas para retirar remesas enviadas desde Estados Unidos que ahora parecen pequeñas fortunas por la fuerte desvalorización del peso frente al dólar.

Difícilmente se puede encontrar un solo hogar en este municipio de 13.000 habitantes, en el centro-oeste del país, que no tenga un familiar migrante.

Pero mientras una parte del país sufre por la inflación, que llegó al 9,7% interanual en junio, atizada por el aumento en el valor de las importaciones, aquí solo se ven sonrisas.

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Leobardo Flores (55 años) vio partir a nueve de sus hermanos. Ellos “jalonaron el barco” y son la “locomotora” que le permitió educar a sus cuatro hijos y mantener durante 28 años su negocio, según cuenta a la AFP el extrovertido panadero.

“No solo dieron la atarraya para pescar sino que (...) dieron los peces”, añade Leo, como lo conocen en el pueblo de casas variopintas, arquitectura colonial y paisaje ondulado.

Filandia es la otra cara de la devaluación del peso, que alcanzó el 14% en los últimos 12 meses, encareciendo las compras en el exterior.

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El éxodo se inició en los años 70 y se agudizó una década después con el ocaso de la bonanza cafetera cuando se desplomó el precio internacional del grano.

Desde entonces cientos de filandeños migran a Estados Unidos, muchos por intermedio de traficantes que por unos 18.000 dólares los dejan a su suerte del otro lado de la frontera con México, según testimonios de los pobladores.

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La mayoría viaja a Nueva Jersey, adonde llegaron los primeros migrantes que ayudan a los nuevos con vivienda y a conseguir trabajos muchas veces extenuantes como obreros o meseros.

Cuando el dólar ronda por primera vez los 4.500 pesos colombianos, las remesas son una fiesta en este pueblo turístico del departamento del Quindío.

“Me rinde mucho la plata” en Colombia, se emociona un migrante indocumentado que habló con la AFP bajo reserva de identidad desde Nueva Jersey.

Incluso, señala, pensó en pedir dólares prestados para multiplicarlos en pesos. Pronto terminará la construcción de su casa. Su mamá vigila la obra desde una vivienda que alquila al frente.

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El precio del dólar -una divisa que es tradicional valor de refugio- subió alrededor del mundo impulsada por el aumento de las tasas de interés en Estados Unidos.

Escultura de migrante

Numerosos turistas recorren los restaurantes, cafeterías y boutiques artesanales del poblado. En la plaza central se erige una escultura en homenaje al migrante filandeño, un caminante de valija en mano cuyo cuerpo se desvanece.

La fiebre del dólar deja progreso pero también familias rotas, vidas frustradas y muertos. El año pasado un lugareño falleció ahogado en el río Bravo durante su travesía hacia Estados Unidos.

Solo en mayo fueron detenidos casi 20.000 colombianos que intentaban ingresar irregularmente a ese país, según autoridades estadounidenses.

Filandia es un pueblo de “niños huérfanos con padres vivos”, sostiene el alcalde Jaime Franco. Sin embargo, el esfuerzo de los migrantes ha permitido que muchos jóvenes sean los primeros en sus familias en ir a la universidad.

Las crisis han expulsado sobre todo a los hombres. Las mujeres en el pueblo se silencian para no delatar a quienes migraron sin papeles, o por miedo a las mafias que están detrás de la migración irregular.

La ambivalencia alrededor del billete verde la resume el panadero: está “el dólar bueno que hace sonreír, que le da felicidad a la gente, y ese otro dólar que es por el que se matan, con el que compran armas, droga y conciencias”.

Las remesas en Colombia sobrepasaron en mayo los 841 millones de dólares, la cifra más alta desde que el Banco Central tiene registro.

Más construcciones

Daniel Hernández (36) tardó dos décadas en construir el hotel El Shaddai, gracias a las remesas que le envía una tía de 72 años, viuda y sin hijos.

Cuando el terremoto de 1999 tumbó la casa de sus abuelos, nació el proyecto de levantar en su lugar un espacio turístico y cultural.

Era una de las familias más pobres de Filandia, según cuenta, que viró gracias al “sueño americano”.

En Estados Unidos “la gente avanza y consigue lo que aquí es tan difícil” de alcanzar pese a una vida de trabajo, explica Hernández y matiza: “Pero es un intercambio bastante costoso a nivel emocional”.

Pese a la carestía, las licencias de construcción se dispararon en un 20% en el último año, de acuerdo a la alcaldía.

El maestro de obras Jhon Montoya (53) edifica cinco casas y cuatro más están en lista de espera, todas coordinadas por teléfono desde Estados Unidos.

Ellos se fueron “con la ilusión” de “tener algo propio”, explica. Y “entre más caro esté (el dólar) más se construye”, celebra. (I)