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Elecciones en Perú: Keiko Fujimori es para muchos la opción que representa el mal menor frente al ‘socialismo-comunismo’

La hija del exmandatario Alberto Fujimori busca por tercera ver llegar a la Presidencia.

La candidata Keiko Fujimori, del partido Fuerza Popular, habla durante el acto de la firma de la Proclama Ciudadana, juramento por la democracia. Foto: EFE

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Hace un año y un mes Keiko Fujimori salía de la cárcel tras estar por segunda ocasión de detención por el escándalo de la constructora brasileña Odebrecht en Perú. Sin embargo, eso no detendría sus ganas de intentar llegar a la Presidencia tras quedarse a un paso en las dos elecciones anteriores.

Pese a que en 2016 perdió la banda solo por alrededor de 40.000 votos, se preveía que su apoyo bajara esta vez por los escándalos de corrupción que la envuelven a ella y varios de sus familiares, incluyendo al expresidente Alberto Fujimori, quien cumple una condena de 25 años de cárcel por violación de los derechos humanos durante su gobierno entre 1990 y 2000.

Sin embargo, las circunstancias le han dado un gran impulso y ahora muchos la ven como el mal menor frente a las posturas de izquierda del candidato Pedro Castillo, al que se tema que lleve al Perú por el camino del socialismo del siglo XXI, o al menos eso le critican sus adversarios.

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En pocos lugares sería viable que una candidata acusada de los delitos de organización criminal y lavado de activos por los que la Fiscalía pide 30 años de prisión, y que está a las puertas de un juicio que solo evitará si accede a la presidencia y obtiene inmunidad legal, tenga oportunidad de ganar una elección democrática, recuerda Efe.

Menos aún si esa candidata pasó más de un año en prisión (octubre 2018- mayo 2020) ante el temor de la justicia que interfiriera con sus redes políticas en las investigaciones que se siguen en su contra.

Además muchos la culpan de tener la responsabilidad directa en la crisis institucional y política que Perú vivió durante el último lustro fruto de la labor desestabilizadora y obstruccionista que su partido Fuerza Popular hizo desde el Congreso bajo su férrea dirección no es tampoco una buena carta de presentación. Ni ayuda que casi nadie, según las encuestas, confíe en su palabra. O que reivindique sin fisuras el gobierno autoritario y fruto de un golpe de Estado de su padre, Alberto Fujimori (1990-2000), quien instaló al país en un sumidero de prácticas corruptas del que todavía no ha salido. O que niegue las violaciones a los derechos humanos por las que su progenitor fue condenado, ni que lo apoyara pese a que este ordenó secuestrar y torturar a su madre, o que tendiera una trampa política a su hermano Kenji, por la que puede ir a prisión. Pero, pese a todo, Fujimori cuenta con opciones reales de asumir la Presidencia.

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Fujimori, de 45 años, y con estudios universitarios de administración de empresas en Estados Unidos, es una ilustre veterana de la política de país, en cuyo centro ha vivido desde pequeña.

Es también consciente del hecho de que su mayor rival para la Presidencia es ella misma.

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Articulada en los experimentados cuadros de Fuerza Popular y respaldada de forma unánime y sin contrapesos por toda la derecha económica y social y por la gran mayoría de los medios de comunicación, en esta segunda vuelta Fujimori no pide votar por ella. Pide votar por el Perú y contra el ‘comunismo’. La conspicua K mayúscula naranja que ha sido su lema desde hace años se transformó en una camiseta de la selección peruana y su único programa claro es “la defensa del modelo económico” ante Castillo, que propone una transformación completa del sistema instaurado por Fujimori padre en 1993.

A ese coro es al que se han unido muchos peruanos, incluido su antiguo ‘archienemigo’ Mario Vargas Llosa, quien ahora ve menos peligro en esta superviviente política que en el maestro rural que también aspira a la Presidencia y ha prometido nueva constitución y nacionalizaciones.

En esta pugna, el pasado turbio de Fujimori ha dejado de existir y se alza ahora sobre promesas como respetar el Estado de derecho, los derechos humanos y no interferir en las investigaciones que se siguen en su contra.

Vida personal

Keiko tiene 46 años y está casada con el estadounidense Mark Vito, uno de sus mayores sostenes públicos y sobre el que pesa también una investigación por delitos de corrupción.

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Con Vito tiene dos niñas de 11 y 13 años.

Su perfil familiar cobró mayor relevancia durante su paso por prisión entre 2018 y 2020, de donde salió haciendo aún más hincapié en tesis del cristianismo evangélico conservador, hostil a las políticas con enfoque de género, a la educación sexual en las escuelas y a la ampliación de derechos para las minorías sexuales. Ideas que, irónicamente, defiende Castillo.

Pese a su defensa del ‘modelo’, Fujimori tampoco ha dudado en lanzar propuestas económicas claramente populistas para multiplicar dádivas o entregar directamente a la población parte del canon minero, medidas que hasta hace bien poco todo el statu quo económico que ahora la apoya hubiera tildado, paradójicamente, de radicales, ‘comunistas’ y peligrosas.

Fujimori también prometió terminar con el confinamiento para controlar el COVID y que levantaría las cuarentenas para facilitar la recuperación de la economía y la reactivación de todas las actividades productivas. (I)

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