Bladimir Tupiza tiene 30 años y discapacidad visual desde su nacimiento. Desde hace un año trabaja en una cadena de gimnasios en Quito y cuenta que movilizarse es toda una odisea, principalmente en el cruce de calles, pues la gente tiene miedo de acercarse y contagiarse de COVID-19. Son pocos los que le dan una mano.

El distanciamiento social es una de las medidas más recomendadas para la batalla contra el COVID-19. Sin embargo, para Bladimir resulta contraproducente ponerla en práctica, pues requiere de la cercanía y apoyo de otras personas para hacer sus actividades cotidianas.

Y eso también es un riesgo para él. “Todavía siento miedo de contagiarme, aunque ya no tanto como al principio. Pero aún así, agradezco mucho cuando alguien tiene la amabilidad de ayudarme”.

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La situación de Alejandra Guerra, de 24 años, es parecida. Ella tiene discapacidad auditiva y cuenta que la mascarilla le impide comunicarse, pues no puede leer los labios de las otras personas. Tiene que elegir entre exponerse al contagio o entenderse con los demás. Una alternativa que ha encontrado es escribir lo que quiere decir en un papel, pero cuenta que con esto se pierde mucho tiempo.

Para evitar contraer el virus, Alejandra pasa en casa la mayor parte del tiempo. Por ello ha creado un emprendimiento por internet de venta de artículos al por mayor, con el que aporta económicamente a su hogar y la crianza de su hija de 8 años.

Andrea Yépez, en cambio, debe salir todos los días de casa en su silla de ruedas. Ella tiene 28 años y a pesar de su discapacidad física, producto de una hipoxia cerebral, asiste de forma presencial a su lugar de trabajo en una institución pública.

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Le toma entre tres y cuatro minutos subirse al bus que la recoge a un par de cuadras de su casa. Por lo general requiere de la ayuda de cuatro o cinco personas para que pueda acomodarse en un asiento y emprender el viaje.

QUITO (22-03-2022).- Andrea Yánez tiene discapacidad física y trabaja en el sector público. Carlos Granja Medranda. Foto: El Universo

A Andrea le asusta llevar el virus a su casa, pues su silla de ruedas está en permanente contacto con el suelo. Por este motivo, al llegar a casa, saca las ruedas de su silla y su madre las desinfecta con amonio cuaternario. Al secar, las deja instaladas y listas para su salida al día siguiente.

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De acuerdo con el Consejo Nacional para la Igualdad de Discapacidades (Conadis) en Ecuador hay 471.205 personas con discapacidad acreditada, es decir que cuentan con una evaluación por parte del Ministerio de Salud Pública. Es la cifra más actualizada y tiene corte a enero de 2022.

De estas personas, 215.205 tienen discapacidad física; 108.957 intelectual; 66.538 auditiva; 54.397 visual; y 26.157 psicosocial.

Según un informe publicado en noviembre de 2020 por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en la región hay alrededor de 70 millones de personas con discapacidad.

En este mismo informe, la organización subraya que “los efectos de esta pandemia podrían generar importantes retrocesos en los tímidos avances en la situación de inclusión social y el efectivo acceso a derechos de las personas con discapacidad”.

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El esfuerzo por entender y comunicarse

Para Alejandra, la ayuda de su pequeña hija es imprescindible para comunicarse con otras personas. “Mi hija es OPAS, que significa hija oyente de padres sordos”, indica. La niña, a sus ocho años, puede facilitar la comunicación entre Alejandra y quienes no conocen este lenguaje.

“Mi hija me ayuda muchísimo. Ella puede comunicarse con las personas, le encanta conversar y sabe muy bien cómo hablar en señas, así que cuando salimos juntas lo vuelve todo más sencillo”, recalca.

Sin embargo, Alejandra no puede depender de su hija todo el tiempo. Por ello cuenta que, a raíz de la pandemia, tomó clases de español escrito en una universidad de Quito a fin de comprender todo de mejor manera por medio de la lectura, pues al tener discapacidad auditiva de nacimiento, su lenguaje primario es el de señas.

El mundo no está adaptado para personas con discapacidad auditiva y, por eso, a Alejandra le costó mucho conocer lo que implica vivir en una pandemia. “Todo el material está adecuado para personas oyentes, entonces nos toca a nosotros adaptarnos e investigar para entender una sola palabra”, cuenta y reflexiona que los textos relacionados al COVID-19 tienen un vocabulario científico complejo para traducirlo a lenguaje de señas, lo que dificulta más su comprensión.

Ni siquiera las transmisiones gubernamentales cuentan con traducción a lenguaje de señas, sino tan sólo subtítulos.

Bladimir coincide con la dificultad para acceder a información sobre el COVID-19 y a cualquier. Se entera de lo que pasa en el mundo escuchando lo que se dice en la televisión, pero también busca por su cuenta en redes sociales.

“Hoy los celulares y las computadoras tienen lectores de pantalla; esto nos ayuda a acceder a la información”, rescata. Sin embargo, esa tecnología tiene límites, sobre todo para interpretar gráficos e infografías, materiales muy usados para explicar la pandemia.

QUITO (22-03-2022).- Bladimir Tupiza, joven no vidente que trabaja en un gimnasio como operador llamadas telefonica. Carlos Granja Medranda. Foto: El Universo

Para la Cepal, hay distinción entre las barreras que tienen que atravesar las personas con cada tipo de discapacidad. Quienes tienen discapacidad visual, por ejemplo, “tienen barreras a la hora de usar servicios visuales, fundamentalmente cuando se brindan contenidos e indicaciones que aparecen en la pantalla del computador, el teléfono móvil o la tableta”.

En lo que respecta a las personas con discapacidad auditiva, acceder a contenido sonoro y comunicarse con los demás cuentan como sus principales obstáculos.

Para las personas con discapacidad física o movilidad reducida, las barreras difieren en función del grado de severidad de la discapacidad que presenten, destacando que se asocian con la manipulación de celulares, computadoras, teclados y otros aparatos.

De acuerdo con Tatiana Escobar, subsecretaria técnica del Conadis, desde el inicio de la pandemia se ha desarrollado material audiovisual accesible para informar a personas con diferentes discapacidades sobre medidas de bioseguridad.

Este material, indica, cuenta con audio, subtítulos e intérprete de señas y se distribuye a través de las redes sociales y la Secretaría General de Comunicación de la Presidencia de la República (Segcom). Sin embargo, existe material difundido por la Segcom que no cuenta con interpretación de señas.

Escobar insta a que cada institución, pública o privada, tenga su propio intérprete de señas y que se capacite en atención a personas con diferentes tipos de discapacidad.

Mantenerse activos y adaptarse al ritmo

Andrea es funcionaria pública y también scout. A pesar de las dificultades para movilizarse con su silla de ruedas, comenta que disfruta de los retos de llegar a diferentes puntos de la ciudad por su propia cuenta.

Sin embargo, la llegada del COVID-19 redujo su actividad física. Cuenta que antes solía ir a terapias de rehabilitación para mejorar su condición y fortalecer sus músculos. “Mi cuerpo perdió fuerza en la pandemia porque dejé de hacer terapia” comenta.

QUITO (22-03-2022).- Andrea Yánez tiene discapacidad física y trabaja en el sector público. Carlos Granja Medranda. Foto: El Universo

Un comunicado emitido en noviembre de 2020 por la OMS recomienda entre 150 a 300 minutos de actividad física aeróbica por semana para todos los adultos, incluyendo a las personas que viven con afecciones crónicas o discapacidades.

El fisioterapeuta Francisco Obando indica que la actividad física depende de la discapacidad que tenga el paciente. “Es distinto el abordaje a alguien que no tiene visión o audición a alguien que se moviliza en silla de ruedas”, apunta.

Las personas con discapacidad visual pueden dedicarse a actividades artísticas como la musicoterapia, y quienes tienen discapacidad auditiva o física pueden realizar artesanías, pintura, juegos de mesa o jardinería, recomienda Obando.

Estas actividades, de la mano de su tratamiento de rehabilitación personalizado, ayudan a que las personas mantengan su capacidad mental, desarrollen su autonomía y creatividad, y alivien el estrés.

Alejandra, Bladimir y Andrea comparten la sospecha de haberse contagiado de COVID-19 en algún momento de la pandemia y también una certeza: el miedo pesa más en las personas que, en muchas ocasiones, han preferido hacerse de la vista gorda y no brindarles ayuda por evitar un posible contagio. (I)