En el barrio de San Blas, uno de los sectores más tradicionales del centro de Quito, entre las calles José de Antepara y la Vicente León, yace la plaza Belmonte, un lugar donde la tauromaquia era la principal atracción.

Actualmente, los capotes se han convertido en elegantes trajes de baile, las banderillas en esculturas de cerámica y los toreros en artistas que le han devuelto la vida a este sector.

Su construcción, totalmente entallada en madera, empezó en 1917, pero en agosto de 1920, con bombos y platillos, Quito recibió a uno de los mejores toreros de la época, Manuel Mejías, conocido como el Papa Negro en el mundo taurino.

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Esto significó el inicio de la actividad para la plaza. Sin embargo, no solo fue pensada para las famosas corridas de toros, ya que allí también se realizaron eventos de box, básquet, conciertos de rock, hasta presentaciones de circos.

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La Belmonte, según el libro La Belmonte y yo, de Ramiro Guarderas, miembro de la familia propietaria de la plaza, cuenta que el predio fue cedido a un inmobiliario. Al poco tiempo, después de una entrega fallida a un grupo de vendedores ambulantes, el Municipio negoció con la familia Guarderas, cedió unas bodegas en Calderón y expropió el espacio que se convirtió en mercado, parqueadero y más.

Es hasta 1986 que el cabildo decidió retomar la actividad de la plaza, que fue reconstruida en un lapso de cuatro años, es decir, hasta 1990. Según el gestor cultural Andrés Amorós, la plaza Belmonte es la segunda en el mundo que tiene un estilo constructivo en descenso.

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Todo este espacio, para 1917, era construido en madera, con el pasar del tiempo, los graderíos fueron elaborados con cemento. Foto: Alfredo Cárdenas.

Esto permitía que el sonido se concentrara y llamaba la atención de las personas, porque no podían ver el espectáculo a la distancia, sino que debían entrar obligatoriamente a la plaza, sentarse y observar qué es lo que pasaba.

Los años han pasado sobre la Belmonte y, desde que se prohibió totalmente la tauromaquia en Quito, en el año 2019, el lugar ha sido sede de grupos folclóricos, entre ellos el elenco de Ballet Jacchigua.

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Desde el 2023, la Secretaría de Cultura ha tomado las riendas. Sin embargo, los proyectos han tenido problemas por diversos factores económicos o políticos.

Sofía Mackliff y Andrea Fierro, ahora responsable y analista del actual Centro Cultural Belmonte del Municipio de Quito, contaron cómo encontraron el lugar y los recuerdos que les trae el barrio San Blas.

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“Cuando nosotros entramos, en octubre del 2022, teníamos áreas con muchas bodegas, áreas frías y húmedas. Lo primero fue habilitar oficinas, quitamos alfombras, recuperamos el piso de ladrillo y en este patio lleno de plantas había una cisterna que era parte del drenaje para faenar a los toros. Eran espacios tristes y muy poco humanos”, manifestó Sofía.

Ella no tiene recuerdos claros de la plaza en su infancia, pero en la adolescencia dijo que frecuentaba el lugar por conciertos de rock pesado.

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Para ella y Andrea, su lugar preferido es el taller de artes plásticas que se situaba al lado de lo que un día fue un muro lúgubre y hoy cuenta con un horno para fabricar piezas interesantes.

Andrea y Sofía, junto a la perrita llamada Negrita, están a cargo del ahora Centro Cultural Belmonte. Foto: Alfredo Cárdenas.

“Son espacios que estaban cerrados y creamos espacios que se integren. Taller de cerámica, escultura, un coro de la comunidad, un ensamble quiteño y talleres de artes vivas, como danza y teatro, es lo que ofrecemos”, indicó Sofía.

La evolución responde a un proyecto visible para recuperar los espacios seguros en el centro de Quito y promover que barrios tradicionales, considerados peligrosos en algún momento, sean un punto de socialización y diversión.

“Justo aquí, en la calle Antepara, tenemos un montón de bares, restaurantes, casas de antigüedades. Tenemos recuperación de las artes que se reunían aquí. Entonces ahora tenemos un barrio superiluminado y con gran afluencia de gente”, dijo Andrea, quien junto con Sofía, apasionadas por la arquitectura, ayudaron a realizar mantenimiento y mejorar los espacios.

“Tenemos también préstamo de espacios. Viene un colectivo, por ejemplo, de artes escénicas. Nos informan de la actividad, chequeamos horarios y disponibilidad y ellos lo usan. Actualmente tenemos diez colectivos que están en la plaza”, manifestó Andrea.

Al caminar por el centro de la plaza, entre la arena y los cajones rojos donde los toreros asistentes entraban para evitar la embestida del toro, se pudo observar pequeñas ‘chambas’ de césped, producto del paso del tiempo.

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Una puerta se abrió en uno de los costados, un sitio frío, oscuro y con varias puertas de madera en su interior ampliaba el escenario de lo que anteriormente fueron los chiqueros, lugar donde mantenían a los toros de lidia antes del evento.

“Cuando los maestros hacían la limpieza de los chiqueros salían con una sensación de dolor, de muerte, y ahora, al ocuparlo, es diferente”, contó Sofía y agregó que en uno de los cubículos más grandes ponían al toro más agresivo y lo golpeaban para que se enfureciera.

Espacio interno de la plaza. Antes funcionaban como camerinos de los toreros y bodegas, ahora son espacios para repaso de grupos de danza. Foto: Alfredo Cárdenas.

El proyecto para rehabilitar este predio está en marcha. El objetivo a futuro de la Secretaría de Cultura es realizar un museo histórico con material fotográfico y gestionar los permisos para poder recibir conciertos de alta calidad. (I)