En el barrio Bolaños, en el nororiente de Quito, una vida de más de 30 años fue reducida a cenizas en cuestión de horas. María Sarango, de 62 años, perdió su hogar y todo lo que poseía a causa del devastador incendio forestal que arrasó el sector, el martes 24 de septiembre.
Al día siguiente, María regresó a lo que fue su casa solo para encontrar un panorama desolador: paredes ennegrecidas, escombros y el silencio roto por el crujir de las cenizas bajo los pies.
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El acceso a su vivienda no es fácil. Un camino mixto, compuesto de gradas de cemento, piedras y tierra, y una bajada desde la avenida de los Conquistadores, cerca del túnel Guayasamín, hasta lo que alguna vez fue su hogar.
Pero ese recorrido, que durante más de tres décadas llevó a María de su casa a la ciudad, ahora la condujo hacia una escena de devastación total.
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“Mi hijo me llamó y me vino a ver, él me llevó a darme posadita en Quito”, relató María, con la voz entrecortada, mientras caminaba entre los restos calcinados de su vivienda.
Aún con mascarilla puesta, una costumbre que adoptó desde el inicio de la pandemia para proteger a su madre de 95 años, María trataba de asimilar la magnitud de la tragedia que enfrentaba. “Ahora madrugué de vuelta para ver qué quedó de mi casa. Mis cosas, nada, no tengo nada”, expresó.
El incendio no solo destruyó el techo bajo el que vivía junto con su familia, sino que también acabó con los animales que criaba en su terreno. “Tenía 30 pollitos, tenía cuyes, todos esos se me han quemado”, contó.
Con tristeza señaló a su perro, cuyas patas resultaron gravemente quemadas por el fuego. “Mi perrito, igual, como lo ven ustedes, se ha quemado las patitas y las manitas. Tenía otro perrito, no sé si se quemó, no hay. El gatito también sí estaba por ahí”, añadió.
María y su familia llevaban más de 30 años viviendo en el barrio Bolaños. Su hogar, construido de adobe, había resistido el paso del tiempo, pero no las llamas del incendio.
A lo largo de estas tres décadas, la vida en el campo había sido la única opción para su madre, quien, a pesar de su avanzada edad, prefería el aire libre del área rural a la vida cerrada en la ciudad.
“Mi mamacita tiene 95 años, una adulta mayor. A ella no le gusta estar encerrada en la ciudad, a ella le gusta estar en el campo”, mencionó María, recordando cómo los vecinos ayudaron a evacuar a su madre antes que las llamas consumieran su hogar.
Sin embargo, cuando la familia intentó regresar para salvar algo de sus pertenencias, ya era demasiado tarde.
La Policía no le permitió el ingreso. El esposo de María fue quien, esa misma noche, confirmó la devastación total. “Mi esposo de noche vino, y sí, se había pasado por aquí para ver si había algo. Él me conversa y dice: ‘No hay nada, mija, tienes que olvidarte de todo’”.
A pesar de la devastación, María Sarango no pierde la esperanza de recibir algún tipo de ayuda. Hasta el momento, las autoridades no se han hecho presentes, pero le han dicho a su hijo que se está evaluando cómo prestar asistencia a los afectados por el incendio.
“Anoche lo que a mi hijo le dijeron era que iban a dialogar para ver cómo nos daban una ayuda. Eso es lo que le dijeron, pero hasta ahorita no se oye nada”, comentó María con resignación.
Aunque físicamente no presentó heridas, el impacto emocional es evidente. No obstante, María agradeció no haber estado presente en el momento en que el incendio arrasó su hogar.
“Gracias a Dios no estuve aquí el rato del incendio, es que yo vine tarde, los policías sacaron a mi mamacita”, explicó.
La incertidumbre domina el futuro de María Sarango. Por ahora, se refugia en la casa de su hijo, sin saber qué sucederá en los próximos días. “Ahora me voy donde mi hijo de vuelta. Mi nuera dijo que vayamos hasta saber qué pasa aquí, a ver qué nos dicen”, expresó mientras observaba por última vez lo que quedaba de su hogar.
El incendio en el nororiente de Quito no solo dejó cenizas, sino también historias de vidas destruidas. Para María, la pérdida es total, y aunque las paredes de adobe de su casa siguen en pie, todo lo demás ha desaparecido. “Se perdió absolutamente todo”, dijo y miró a su alrededor. “Todo está quemado, no hay nada”.
A la espera de una respuesta de las autoridades, María Sarango y su familia enfrentan el desafío de reconstruir su vida desde cero, en medio del dolor y la incertidumbre que ha dejado uno de los incendios forestales más devastadores que ha visto Quito en los últimos años.
Mientras tanto, los bomberos todavía combaten el incendio forestal que ha consumido más de 120 hectáreas de terreno. (I)