Si su ‘mami Lola’ estuviera viva, Elena Chimbalema quisiera decirle hoy que ‘la extraña, que se fue cuando aún la necesitaba, cuando empezaba a formar una familia y cuando aún tenía muchas preguntas por hacerle′.

Elena hace una pausa para contener las lágrimas, pero no puede. El silencio de unos segundos se le hace eterno.

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Un cáncer de estómago se llevó a su madre cuando Elena tenía 18 años, entonces la familia vivía en Colta, Chimborazo. “Siempre la recordaré, la quiero mucho. Ella era muy buena, no nos castigaba, nos enseñó a salir adelante, a buscar la vida, el trabajo”, dice Elena, de 38 años, mientras atiende un puesto de caramelos, galletas y periódicos en la avenida 9 de Octubre y Machala, en el centro de Guayaquil.

Sin descuidar las ventas, Elena observa las tareas de su segunda hija, Kiara Belén, de 12 años, becada de la escuela Santa Ana, ubicada a unas cuadras de su lugar de trabajo.

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La tarde del pasado miércoles, en un mesón improvisado junto a la estructura metálica donde Elena coloca sus productos, su niña copiaba en un cuaderno la clase del día, la historia de las lenguas literarias.

Elena no terminó la escuela. Por eso quiere que Kiara termine el bachillerato como su hermana Génesis, de 20 años y madre de una niña de 2 años.

Como Elena y su hija Génesis, la educación de las madres ecuatorianas se balancea entre la primaria y la secundaria. La gran mayoría, el 76,50 %, se ubica en este grupo, el 41,10 % son madres con estudios de bachillerato y el 35,40 % tiene una enseñanza básica, según los datos del Instituto de Estadística y Censos (INEC) con base en los registros de los nacidos vivos en el periodo 2012-2021. Las cifras del último censo, las más actualizadas, se presentarán –anunció el INEC– en el segundo semestre de este año.

En Ecuador se estima que desde el 2012 alrededor de 2,7 millones de mujeres se han convertido en madres. De ellas, apenas el 23 % tiene estudios superiores, universitarios, posgrados o maestrías; y menos del 15 % se dedica a actividades profesionales, científicas, de enseñanza o de la administración pública y defensa.

La principal actividad de las madres se concentra en el comercio (22,8 %), seguida de las tareas agrícolas y de pesca (14 %) y, en tercer lugar, las labores del hogar, con el 10 %.

El retrato de las madres ecuatorianas, basado en estas cifras del INEC, revela –a criterio de académicas e investigadoras– que la búsqueda del crecimiento personal representa el mayor desafío para aquellos seres cuya vida gira alrededor de los hijos, una vida marcada por la generosidad y los sacrificios.

“Cuando se abren oportunidades para dirigir, para liderar procesos, las madres se retraen de eso porque hacen la cuenta del tiempo que les va a exigir en el trabajo y restar en el cuidado de la familia, ellas no aceptan, prefieren estar en planos secundarios para disponer de tiempo. Yo misma soy un ejemplo, he ido postergando mi desarrollo”, analiza la quiteña Ximena Abarca, doctora en Medicina y máster en Sexología.

Hace cuatro años, Ximena Abarca se decidió a iniciar sus estudios de Ph. D. (Doctorado en Filosofía) en Salud, Psicología y Psiquiatría en la Universidad de Almería, en España. Hoy está próxima a sustentar su tesis y obtener su título.

Es una responsabilidad como madre el crecer personalmente, de lo contrario sería una mamá imposibilitada de conseguir sus sueños. Una madre que está limitada en su realización personal tampoco puede dar ejemplo a los hijos. Ser madre no es claudicar, sacrificarse solamente por los hijos, tienen que saber compartir el tiempo también para uno mismo, para soñar, para realizarse

Ximena Abarca, de 66 años, madre de dos hijos y abuela de cuatro nietos.

El camino se construye con el tiempo. En el perfil de las madres ecuatorianas, basado en los datos del INEC, hay cifras que dan esperanza, entre ellas la edad de 26 años en que las mujeres deciden iniciar la maternidad, una edad alejada de las presiones sociales que por generaciones habían marcado la costumbre del embarazo inmediato después del matrimonio o de una unión de hecho.

“Hay mujeres que están priorizando otras situaciones, como tener estabilidad profesional o económica”, dice Patricia Reyes Peña, psicóloga clínica y encargada de la gestoría de conocimiento e investigación en el Cepam (Centro Ecuatoriano para la Promoción y Acción de la Mujer Guayaquil).

Jacqueline, por ejemplo, se casó a los 26 años y planificó tener su primer hijo a los 28. “Yo quería aprovechar mi carrera, prepararme y viajar, y así lo hice. Cuando nació mi primer hijo ya tenía una casa propia a medio construir, aun así creo que me faltó estudiar una maestría, pero aún tengo tiempo”, contó esta docente profesional y madre de tres hijos.

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Carla, una de las mujeres atendidas en la Fundación María Guare, se casó a los 28 años y tuvo su hijo a los 40. Sin embargo, por la violencia psicológica que vivió en su matrimonio decidió separarse de su esposo. Hoy lleva una vida tranquila como madre soltera, estado civil en el que se encuentra la mayoría de madres en el país. En el 2013 la cifra de madres solteras se ubicó en el 19 % y en el 2021 subió al 54 %.

Hasta el 2016 las madres casadas superaban a las solteras. “A veces ellas continúan la relación violenta por sus hijos e hijas, porque no quieren que crezcan sin padre, porque de pronto piensan que una figura paterna es importante en la vida de sus hijos. Y a veces deciden separarse, porque consideran que es lo mejor para sus hijos e hijas, saben que ese no es el ambiente adecuado para su desarrollo, y algunas saben que, si bien pueden tener algún tipo de dificultades o miedo de tomar estas decisiones, las toman”, explica Patricia Reyes.

Carla decidió divorciarse hace seis años, así rompió 15 años de maltrato. “Él me metió en la cabeza que yo no podía salir adelante sola, aunque sea profesional, que estaba obligada a aguantar sus infidelidades y su maltrato emocional... me costó levantarme, me costó creer en mí”, recuerda esta mujer de 49 años que se certificó como entrenadora y logró emprender un gimnasio en su domicilio.

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“Las transformaciones socioculturales no son tan fáciles”, dice la investigadora del Cepam y con ella coincide la académica Ximena Abarca Durán.

“Una de las cosas más difíciles es cambiar los patrones, pero veo que pasan los años y es posible. He estado trabajando el tema de mujeres hace 30 años y veo que los hombres tienen un pensamiento distinto. No es una desesperanza, es posible, para ninguna mujer es desconocido el tema del empoderamiento femenino”, analiza Abarca y agrega que las mujeres deben identificar “los nichos de desigualdades” para luchar contra eso dentro de los hogares, pues “tiene que haber una repartición de tareas, lavado de ropa, aseo de casa, cuidado de niños, de los abuelos y de personas con discapacidad, debe haber un compartir”.

Andrea Hernández aplica ese compartir en su hogar, en el Valle del Intag, Imbabura. Su esposo y sus hijos colaboran con las tareas diarias y ella puede ejercer su profesión de fisioterapeuta neonatal y a la vez disfrutar la vida materna: “Yo amo a mi esposo, a mis padres, a Dios, pero tener a mis hijos en mis brazos, no hay palabras para describirlo”. (I)

María Elena Paneso es madre de tres hijos, la segunda tiene una enfermedad catastrófica. Foto: Marjorie Ortíz

En un albergue para niños con cáncer, Ma. Elena pasará con su hija el Día de la Madre

María Elena Paneso vivirá este Día de la Madre en el albergue Soldaditos de Dios, una casa hogar para niños con cáncer.

“Voy a pasar con otra mamita que tiene una hija con una enfermedad congénita, las dos tenemos citas médicas mañana lunes, por eso vamos a pasar juntas”, contó María Elena mientras terminaba la confección de una pulsera de perlitas, un emprendimiento con el que consigue recursos para los costosos tratamientos de su hija Kiara, de 8 años, quien nació con leucemia mieloide aguda, un tipo agresivo de cáncer que la niña superó, pero que le ha dejado secuelas en los pulmones que la mantienen, gran parte del tiempo, conectada a tanques de oxígeno.

Con la pequeña Kiara, María Elena compartirá esta fecha importante, pues sus otros dos hijos viven con su mamá en una comuna lejana en el km 22 de la vía a la costa. “Mi mamá me los cuida, porque yo debo estar dedicada a Kiara”, dice mientras le envía un mensaje a su madre: “Gracias por no abandonarme y ser ese pilar fundamental en que puedo confiar a mis hijos”.

A las mamás que como ella también luchan por la salud de sus hijos, María Elena también les comparte unas palabras: “No se dejen vencer. Dios nos muestra el camino. La inspiración más grande son nuestros hijos”.

Cuando mira la sonrisa de su hija, ella recibe la mejor recompensa del día, gracias a la pequeña, cuenta, emprendió en el negocio de pulseras en las que plasma mensajes de superación. “Una luchadora no es la que siempre gana sino la que pese a las derrotas nunca se rinde”. (I)

Andrea Hernández, guayaquileña de 40 años, cambió la vida de la ciudad por la tranquilidad del campo. Foto: Cortesía

‘Ser madre es un desafío y es más fácil con acompañamiento, con un entorno consciente’

La guayaquileña Andrea Hernández, de 40 años, decidió dar un giro drástico a su vida al cambiar la vida agitada de esta ciudad por la tranquilidad del campo. Hace un año se radicó en el Valle del Intag, un ‘pueblito chiquito’ y turístico de Cotacachi (Imbabura), junto con su esposo y sus dos hijos, Julieta (11) y Emilio (9).

Ahí, rodeada de majestuosas montañas y cascadas, pasará por primera vez este Día de las Madres. “Ser mamá es darles a mis hijos la libertad de vivir su niñez, de estar tranquilos, felices... también es darles las herramientas para que no dependan de nadie. Ellos saben hacer un huerto, una composta, todo el proceso de la leche, sembrar”, dice esta fisioterapeuta neonatal y pediátrica.

Con su segundo hijo, hace nueve años, se unió a El Parto es Nuestro, una organización con la que ha capacitado a personal de salud, a estudiantes y a madres sobre parto humanizado y violencia obstétrica: “No es únicamente que me traten mal, que me griten, sino que me separen de mi hijo al nacer, que me digan que no voy a tener leche porque fui cesárea, que me hagan episiotomía (cortes en la vagina), que me hagan más tactos de los recomendados (1 cada 4 horas)”.

Andrea reconoce que las realidades de las madres son “tan duras y diversas”: “No tienen tiempo para ir a la reunión escolar, no les alcanzó el sueldo, viven a cuatro horas del trabajo (...), es un desafío y es más fácil con acompañamiento, con un entorno consciente. Me encantaría ver a madres en el parque, hablando entre ellas, haciéndose amigas y apoyándose”. (I)

Daniela Ochoa Romero, de 25 años, se convirtió en madre a los 19 años. Postergó sus estudios universitarios, pero luego los retomó y hoy, además de cursar la carrera de Informática, preside la Asociación Femenina Universitaria en la Universidad de Guayaquil. Foto: Francisco Verni

‘Mi hijo me alienta para que estudie’

“Su hijo no va a vivir, hay que sacarlo” fue la sugerencia médica que recibió Daniela Ochoa a los cuatro meses de gestación, luego que una ecografía revelara que su bebé tenía malformaciones en un pulmón, en el hígado y en el corazón. Pero Ochoa, que entonces tenía 19 años, no aceptó.

Siguió con su embarazo y a los siete meses le volvieron a hacer la misma recomendación. “Decidí ir a la iglesia, necesitaba que Dios me guíe... ese día me entregué a Dios y le dije que sea su voluntad mi vida y la de mi hijo”, recuerda. Semanas después se hizo un nuevo eco que develó lo que considera un ‘milagro’: “Sus pulmones y el hígado ya tenían los diámetros de su edad gestacional”.

El 8 de mayo de 2016, un Día de las Madres, Daniela empezó trabajo de parto y alumbró a su hijo, Daniel. Y aunque nació con una malformación en el pecho (pectus excavatum) y el desplazamiento de su corazón (dextroposición), el pequeño ha tenido una niñez normal durante sus siete años.

La crianza ha sido ‘difícil’ para Daniela, se las ingenia para cumplir con sus tareas de madre, ama de casa y universitaria. “Ha sido difícil, cuando era pequeño recibía clases (virtuales) con mi hijo cargado o en mis piernas. Ahora está más grande y me alienta a seguir”, cuenta la guayaquileña que pertenece al 16 % de madres que cursan una carrera.

Daniela es una de las 11.000 madres que estudian en la Universidad de Guayaquil, en donde además preside la Asociación Femenina Universitaria. En su gestión, asegura, impulsó la construcción de una guardería para los hijos de las estudiantes, que está en ejecución. “Acogeremos a los niños de 0 a 36 meses para que las madres puedan seguir estudiando y graduarse para ser ejemplo para sus hijos”. (I)

Génesis Chimbolema cuida a su hija, mientras atiende su negocio, en el centro de Guayaquil. Foto: Marjorie Ortíz

Valentina nació luego de un parto traumático, su madre la lleva a su trabajo diario

Hace dos años, Génesis Chimbolema se convirtió en madre. Apenas había cumplido la mayoría de edad y terminado el bachillerato cuando quedó embarazada y vivió un parto traumático. “Mi hija nació muerta, totalmente morada, porque no me atendieron breve, tuve que dar a luz donde una partera, en el Guasmo”, recuerda Génesis, de 20 años y graduada del colegio Rita Lecumberry.

Horas antes del parto, Génesis había ido a un hospital de Durán, pero los médicos le dijeron que regrese a casa, porque para dar a luz debía llegar a diez centímetros de dilatación y apenas llevaba tres. “En ese momento debía dar a luz, pero los médicos no me ayudaron. Una partera con una tijera me cortó la placenta, que salió hecha pedazos”, recordó Génesis.

La sabia partera revivió a la pequeña Valentina, que hoy acompaña a su joven madre en el negocio que tiene en las calles Nueve de Octubre y Machala, en el centro de Guayaquil. Mientras Génesis vende cigarrillos se da modos para mecer el cochecito en el que descansa Valentina.

Pese a la traumática experiencia, ser madre es una gran alegría, dice Génesis, y cuenta que este domingo almorzará su plato preferido, pollo asado, junto a su hija y su madre, a quien le envía un mensaje: “Es la mejor mamá, a pesar de los errores que nosotros cometemos ella siempre nos ha apoyado”.

Hasta hace un par de años Genésis soñaba ser doctora y salvar vidas, hoy su mayor anhelo es que su hija cumpla los sueños que ella no pudo.(I)