Por Prisilla Jácome (Diario Qué!)

Mientras sus compañeros del Cuerpo de Bomberos de Quito se armaban con picos y palas el pasado martes 18 de abril, David Durango se equipaba con una correa, una pechera y de Anubis, un golden retriever de cinco años. Los dos, miembros del Grupo Canino de la institución bomberil capitalina, habían esperado pacientes el momento de entrar en acción sin que aquello fuese posible en días previos. Pero ese martes tenían luz verde. Luego de verificar los avances de la maquinaria que opera actualmente para remover el sedimento que se desprendió de una montaña sobre cinco barrios en Alausí, ambos se unieron al equipo de turno para aportar esa mañana en el proceso de intervención que se mantiene en la zona afectada.

Son las 07:09. Durango y Anubis ingresan a la denominada Zona Cero y aunque saben que ya no podrán cumplir su misión institucional de salvar vidas, lo hacen con el objetivo de encontrar los cuerpos que aún quedan sepultados bajo tierra, a más de 17 metros de profundidad tras el deslizamiento. Desconocen la cantidad exacta de personas que pudiesen aún estar debajo de las toneladas de tierra desprendidas, pero según cifras oficiales de la Secretaría de Gestión de Riesgos aún existen 45 desaparecidos tras el evento que ocurrió la noche del pasado domingo 26 de marzo. Por ellos ingresan, para encontrar sus restos y que se sumen a las 39 víctimas recuperadas, a quienes sus familiares han podido dar un entierro digno.

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Ya se contabilizan 43 fallecidos por deslizamiento en Alausí

El cabo quiteño emprende una subida empinada, rocosa y lodosa junto a su can color caramelo hasta que logran alcanzar un mínimo de tierra firme, una explanada desde la cual es posible apreciar parte de las 24,3 hectáreas que fueron afectadas. Surcan el terreno irregular en donde se topan con restos de ropa, restos de automóviles y hierros retorcidos de lo que fueron las viviendas que se asentaban en lo que antes eran los barrios La Esperanza, Control Norte, Nueva Alausí, Pircapamba y Bua, en el sector de Casual. Atraviesan dunas inestables y se estancan en algunas hasta que logran llegar a dos zonas en las que excavadoras y bulldozers pasaron días trabajando hasta que removieron la tierra suficiente y toparon superficie. Por esto habían esperado su turno, por el trabajo previo y necesario para lograr las condiciones ideales para su ingreso.

Durango estuvo en el sitio al día siguiente de la desgracia. Recuerda que todo el escenario era desgarrador, incierto y muy complejo. Para esas fechas contaba con el apoyo de un colega de su unidad, así como de Lucky y Ades, otros dos canes a los que su equipo había preparado con el ahínco que los caracteriza. Se lanzaron con ellos a la búsqueda, pero fue en vano. “Hacíamos sueltas (de canes), pero no servían porque había demasiada cantidad de tierra”, rememora frustrado. Les tocaba aguardar y mientras eso sucedía, cuidar con atención de los que también considera sus compañeros de trabajo. “Mis compañeros de rescate vienen, traen su equipo y sus herramientas. Las prenden y si se les dañó, a la mecánica. En cambio, nosotros tenemos que estar pendientes de a qué hora les dimos agua, de sacarlos a pasear, de hacerlos jugar porque no pueden estar en la bodega como un equipo”, explica. No lo dice en son de queja, sino con el compromiso de quien vela por en un acompañante de vida.

Unidad canina trabaja desde hace 7 años

Una vez descifrada la mejor forma de abordar la emergencia, todos tuvieron mucho más claro cuándo intervenir y cómo aportar desde sus habilidades y aptitudes. “La estrategia (planteada) fue bajar la mayor cantidad de tierra que se pueda hasta (llegar a) las losas o hasta saber dónde están las edificaciones y ahí soltar a los perros. Si tienen un tipo de comportamiento ahí vamos a determinar y vamos a hacer un trabajo más minucioso, porque si no hay nada, el retiro de escombros es mucho más rápido, pero si determinamos que hay algo, el retiro es más minucioso”, explica Durango, quien forma parte de Bomberos Quito desde hace 19 años y fue quien impulsó la creación de la Unidad Canina en 2016. La inclusión de los canes no es un capricho, es una decisión con justificación natural. “El perro nos ayuda a resolver una búsqueda en área, porque a un humano le tomaría unos tres días poder descartar todo (un perímetro) y a un perro le podría tomar 20 o 25 minutos, teniendo las condiciones respectivas”, asegura el bombero. La estrategia se mantiene, además, porque ha evidenciado resultados contundentes. Tan solo la semana anterior, el grupo que fue relevado por el de este cabo realizó el mismo peinado de superficie, lanzaron canes en la búsqueda y lograron determinar un indicio que conllevó al hallazgo de un vehículo aplastado en cuyo interior encontraron a una pareja.

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Rescatistas del Cuerpo de Bomberos se mantienen en tareas en Alausí. Maquinaria y canes son aliados en la búsqueda de desaparecidos que quedaron bajo tierra. Foto: Prisilla Jácome

Durango asegura que a pesar del entrenamiento, el escenario en Alausí es un reto que los desafía. No solo porque sus canes se enfrentan a la búsqueda de fallecidos, cuando están preparados para lo contrario, sino porque además encaran condiciones adversas, distintas a la capacitación que reciben en las 154 semanas en las que los entrenan. “Debemos entender que el perro está diseñado para localizar personas con vida dentro de una estructura colapsada, donde tenemos espacios vitales en los que una persona puede quedar atrapada, en los famosos triángulos de la vida. Ahí hay corrientes de aire y ese olor lo que hace es salir y el perro va a captar eso, va a llegar y va a ladrar, entonces nos ayudan a buscar”, explica. En este caso, el problema radica en la cantidad de tierra que sepulta el olor en Alausí, lo que pone trabas al trabajo de los canes y requiere de gran apoyo de maquinaria pesada. Cuando las condiciones son más favorables es cuando ellos ingresan y aportan al proceso. “¿Qué pasa en una estructura colapsada si una persona está sin vida? Lo mismo. Va a salir un olor, el perro va a llegar y oler, pero nos va a regresar a ver, va a dar vueltas y puede incluso orinar porque le puede causar ansiedad o algo de estrés, porque no es el olor que está buscando para su premio, pero hay un olor. Y cuando eso pasa doy alerta de que hay algo”, añade.

Lo que reseña Durango es lo que sucede justamente esa mañana de martes. Tras el direccionamiento de manual del entrenador, y a la voz firme de “¡Busca!”, Anubis emprende su recorrido en dos sectores asignados. Se pasea clavando su nariz al piso, recorriendo el territorio indicado en el que replica lo que ha aprendido en su entrenamiento y donde demuestra por qué es un perro con acreditación de Grupos de Búsqueda y Rescate Urbano (USAR). En la zona este, algo le llama la atención. Da vueltas en círculos, mira a su guía, se pone incómodo. Finaliza la operación que Durango desarrolló junto a su compañero de unidad, Fabián Jácome, y dan el reporte a Hendry Vinces, subteniente a cargo de la búsqueda de dicho periodo. A él le confirman que existe un indicio sobre el cuál se podría trabajar con base al lenguaje corporal que demuestra el can.

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El bombero, también con certificación USAR, es específico en expresar que existe un cambio en el comportamiento del perro en dicha área señalada, pero no asegura la presencia de un cuerpo. Hay una razón para ello. “La mayoría de casos, cuando los perros han dado este tipo de comportamientos sí se encuentran personas sin vida, pero, ¿por qué yo no puedo decir que mi perro está marcando o está señalando un cadáver? Porque mis perros no están entrenados para eso”, afirma y agrega que dicha reacción particular también puede responder a otros factores. “Si el comportamiento de ellos nos da indicios no podemos decir que ahí hay una persona, pero sí indicamos que ahí hay algo que pueden buscar porque en otras emergencias también hemos encontrado conejos, cuyes, chanchos, porque es un olor diferente”, indica. La experiencia adquirida en emergencias como el terremoto de Pedernales del 16 de abril y La Gasca (febrero 2022) lo han hecho cargarse de sabiduría y prudencia ante estos escenarios.

El bombero David Durango y Anubis toman un descanso en la Zona Cero de Alausí, a donde ingresaron el 18 de abril con el objetivo de encontrar los cuerpos que aún quedan sepultados bajo tierra. Foto: Prisilla Jácome

La correcta elección de las palabras es parte fundamental y sensible del trabajo de este cabo. La forma en la que expresa los hallazgos no solo podría generar falsas expectativas, sino también incentivar o detener las labores de rescate que se ejecutan. “Si yo en una emergencia digo que no hay vivos, entonces debo tener la certeza y el entrenamiento para poder determinar esto. De igual manera, no puedo descartar que hayan personas sin vida fácilmente porque tal vez el perro me dio un comportamiento diferente, por eso digo que este es el trabajo más honesto que debe existir, porque en las manos tenemos mucha responsabilidad y hay que saberlo manejar, ser muy responsable con lo que hablamos”, revela Durango. El trabajo se lo toma en serio, sabe que del resultado que ofrezca dependerá el hallazgo o no de más cuerpos en la zona.

La disposición general es seguir el instinto de los canes. Los brazos mecánicos gigantes se dedican a despojar los restos de la montaña desprendida, mientras los bomberos palean con tenacidad voluntariosa la zona señalada por el perro. Dos horas después de trabajo persistente, los frutos. Son las 09:08 cuando a través de un walkie talkie se anuncia el hallazgo de lo que parece ser la entrada de una vivienda colapsada, donde a primera vista se divisa el cuerpo de un ser humano y parte de otro. La noticia era la esperada. El Puesto de Comando celebra, los bomberos se abrazan. Cuatro días habían pasado desde el último descubrimiento y los rescatistas ya ansiaban devolver más de lo que se devoró la tierra. Durango guarda la compostura hasta que se corrobora la información.

Un papá, una mamá, una niña, un niño y su mascota fueron desenterrados. Anubis no se había equivocado. El lugar marcado fue la pista necesaria para dar con toda la familia que fue descubierta 23 días después de esa trágica noche de domingo. Aún con la confirmación, David no celebra. Sabe que lo siguiente es dolor para las familias, pero no deja de sentirse pleno por el deber cumplido, por los resultados demostrados y por la confianza depositada y que ha sido retribuida en este caso. “Todo lo que logramos es porque lo hacemos con amor, convicción, dedicación y disciplina: y cuando uno hace lo que le gusta no le cuesta, es mucho más fácil. Todo lo que tenemos es fruto de eso, de la entrega y de la predisposición de los integrantes del grupo”, asevera con sentido de equipo.

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La labor de su unidad y la del resto de bomberos de Quito no se acaba con este logro. Para el cabo de 41 años, su trabajo, aunque no lo considera como tal, se extenderá hasta que la situación así lo requiera, porque irse del lugar, sin encontrar a los que faltan no es una opción. “Cuando hay este tipo de eventos nos mantenemos hasta el final, no abandonamos y creo que eso es algo que habla por nosotros y en lo que diferencia”, expresa mientras dirige su mirada a Anubis, quien le responde en un gesto de ‘parcería’ que solo entienden los colegas. (I)