Cuenca
María decidió dejar Cuenca el 14 de noviembre de 2022. Tomó la decisión de irse a Estados Unidos porque consideró que no podía más. Su economía familiar estaba colapsada. Salió en compañía de su hijo de 12 años y su pareja. Los tres iniciaron una travesía riesgosa.
El último trabajo estable de María fue en mayo de ese año como ayudante de cocina. De allí hasta noviembre estaba desempleada. Su situación económica era agobiante porque, según dice, “ya no tenía cómo solventar la comida de mis hijos”, uno de 12 y otro de 21 años.
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Vendió todos sus bienes en Cuenca para solventar los gastos del viaje. Su alternativa fue salir por la frontera norte. Pasó Tulcán y luego a Colombia para de allí buscar unas lanchas que les permitan ingresar a un lugar llamado Necoclí, que forma parte de las 575.000 hectáreas de extensión entre Colombia y Panamá.
Para esta ruta no contrataron un coyote, sino que tomaron el riesgo de esa ruta porque lo escucharon de un familiar. El viaje les costó cerca de $ 8.000, por todo lo que iban pagando en la travesía y lo que les pedían en el camino para utilizar algún servicio necesario para el viaje, como por ejemplo, las lanchas para cruzar determinados ríos.
En el viaje no estuvieron solos. María estima que en ese grupo había algo más de 500 personas oriundas de Haití, El Salvador, Santo Domingo y Ecuador. Es la ruta por la que están saliendo decenas de ecuatorianos: la peligrosa selva del Darién, el paso que une a Colombia con Panamá.
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En octubre del año pasado, el número de migrantes de Ecuador llegó a superar al de los haitianos y este año el flujo de ecuatorianos no ha cesado. Según datos del Ministerio de Seguridad Pública de Panamá, más de 37.000 personas han atravesado el Darién hasta el 15 de febrero y 9.536 son ecuatorianos.
Por primera vez, superan a los venezolanos en su intento por llegar a Estados Unidos a través de la selva y pelean con los haitianos.
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María recuerda que mientras caminaban no había mucho tiempo para conversar, pero las pocas palabras que cruzaba dice que los compatriotas migraban por la inseguridad y la extorsión, porque con las conocidas “vacunas” era imposible trabajar o montar un negocio.
En su mente hay algunas imágenes que, aunque quisiera no las puede olvidar, entre ellas las de hombres muertos en media carretera o cuerpos que flotaban en el río.
En algunos tramos, su pequeño de doce años se adelantó unos metros de su lado y resbaló en una colina empinada, pero para su fortuna alguien que estaba por ahí lo jaló y salvó.
Otra dificultad fue a poco del final cuando perdió las fuerzas para cruzar el último río. Estaba débil por no haber comido durante dos días y haber caminado ocho, por lo que se soltó de una delgadísima cuerda y si no hubiera sido por algún buen samaritano sabe que hoy estaría muerta.
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Con el dolor mental y físico presente llegaron hasta Ciudad Juárez, en México, y se entregaron a la Policía de Migración, pues alguien les dijo que de esta manera podían declararse perseguidos o personas en riesgo y su entrada a Estados Unidos se asegura.
Aunque al final se dio cuenta de que eso era una lotería porque también vio a familias que fueron deportadas sin mayor explicación.
Ahora ya está en Queens, Nueva York. Su viacrucis no termina porque, aunque está sana y salva, aún no tiene un trabajo fijo que le permita empezar a ahorrar o mandar dinero a su otro hijo en Ecuador que quedó a cargo de su abuela.
“Karla”, otra cuencana, también migró a Estados Unidos con la diferencia de que, por sus propias palabras, su viaje “fue un poco más suave” porque en mayo del 2021 ingresaron directamente a México.
Ella también viajó en familia, con su niña de 9 años y su esposo, cruzaron en un autobús por varias ciudades y al tercer día con complicidad del coyote se entregaron a la Policía de Migración con el objetivo de que les dejaran entrar. Su traslado se inició el 29 de abril y terminó el 9 de mayo.
Vía telefónica relata que las razones para dejar su patria fue la precaria economía, porque no les alcanzaba para vivir dignamente. En el día ella manejaba un taxi mientras su esposo atendía en su taller mecánico de motos, y por las noches él manejaba el taxi hasta la madrugada. “Por la pandemia se complicó todo y la mejor opción era venirse para acá”, refiere.
La decisión de ir con su esposo e hijo fue porque alguien le dijo que “entregarse en familia es mejor”, aparte que el coyote le cobraba los mismos $ 15.000 si venía sola o acompañada, pero al final con todos los imprevistos su deuda ascendió a $ 20.000.
Pero eso no era todo, porque al salir del país dejaron otras deudas adicionales como la del taxi y la mecánica, un monto mucho mayor que no quiso revelar.
Planeaban pagar esto en el 2027, pero ahora como los dos trabajan en EE. UU. quieren terminarla el 2024, y saben que lo lograrán.
Lo más duro que les tocó fue el día en el desierto porque tuvieron que caminar más de 12 horas bajo un candente sol, sin comida y la única agua que tomaron era de un pozo sucio, y al final se quedaron a dormir sobre la arena con el riesgo incluso de ser devorada por un animal salvaje.
Pero en toda esa desolación en donde incluso rezó y entregó su vida a Dios por la incertidumbre, pero increíblemente lo que le dio fuerzas fueron las palabras de su hija, quien le decía ¿por qué decaes, si tú eres la más fuerte? Todo esto ante la mirada de un grupo de 15 viajeros de los que cuatro eran menores de edad. Y desde ahí a su pequeña le dice cariñosamente su “corazón de león”, por la valentía que le inyectó.
Ahora ella trabaja en un hotel en Bronx, Nueva York, su marido en la construcción y la niña estudia.
Aunque su anhelo es volver en el menor tiempo posible para reencontrarse con sus otros dos hijos, pero eso aún es incierto. (I)