Luego de un viaje de 30 minutos y varias curvas sobre la avenida Mariscal Sucre, en el sector del Condado, un callejón marcó la diferencia.
Tras una puerta negra que parecía ser una sola casa se escondía un conjunto.
De camisa negra, pantalón negro y un collar andino fabricado en arcilla, Pablo Jacho Topón se detuvo en la acera con una sonrisa.
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Caminó varios pasos sobre un pasillo de césped y cemento hasta llegar a su casa, lugar donde daba vida al laboratorio de instrumentos musicales y artesanías históricas de la identidad ecuatoriana.
El quiteño de nacimiento recorrió tres ambientes: el museo de inventos, el área de lacado y formación de piezas de cerámica y arcilla y el taller de instrumentos musicales, donde reposaban varios ronroquís apilados.
A través de un pequeño patio, con un horno para crear figuras de cerámica, Pablo ingresó y tomó uno de sus inventos más famosos, el cual le permitió el primer lugar en el concurso del Centro Interamericano de Artesanías y Artes Populares (CIDAP) en 2024, en Cuenca: el famoso instrumento astrosonoro denominado ronroquí.
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“Es un ronroco andino, con la forma de una cruz escalerada y que es nuestra chacana, nuestra iconografía; sin embargo, mi propuesta fue trasladarle el clavijero, que estaba arriba, lo pongo abajo y se sostiene solo. Además, está instalado un sistema para poder ver los eclipses”, explicó.
Bajo las cuerdas del ronroquí, un orificio cubierto de vidrio permite observar el cielo y sus detalles con mucha facilidad.
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Esta invención se dio cuando Pablo se interesó en los solsticios y los equinoccios para averiguar por dónde sale y se esconde el sol. De este modo, combinó la música y la astrología.
De padre apegado al arte, Pablo creció en medio de la música y, al no tener acceso a instrumentos que le permitieran recrear las canciones de sus artistas favoritos, tomó la iniciativa de construirlos.
“Una salida era fabricarlos para ejecutar cualquier canción de diferentes partes del mundo. Después descubrí que era una forma de vida. Ahí empezó todo, hace doce años que formalmente construyo elementos y los vendo”, contó.
No solo lo estético le interesaba. A diario tenía compradores o coleccionistas que llegaban a su taller por un sonido en especial, por ello se hace llamar ‘el constructor del sonido’.
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“Todo nace de la imaginación, no solo de la forma, también del sonido. Ahí empiezan los bocetos en papel y la acción de presentir cómo elaborar instrumentos novedosos. Con todas las dudas resueltas vamos al material, lo estacionamos y esperamos que la madera se adapte”, indicó Topón.
De tres meses a nueve años puede durar la elaboración de un instrumento que lleva parte de la vida y esencia de Pablo.
En el cedro o el pino —madera con la que crea obras de arte—, pero también en las cuerdas, las clavijas y el sonido, el quiteño encuentra su pasión y su estilo de vida.
Cierra los ojos y disfruta entonando el tambur turco, una especie de violín, con un cajón redondo y largas cuerdas que se tocan con arcos especiales.
Él ha emprendido una larga investigación para devolverle la mística a los instrumentos musicales y, a través de exposiciones y ferias, poder entregarle a la gente un valor agregado.
“Quiero dejarle un legado importante a las nuevas generaciones. Estoy investigando el bandolín ecuatoriano con el objetivo de nombrarlo patrimonio e impulsar nuestra identidad de ecuatorianos”, manifestó el quiteño.
Los elementos que las personas jamás pensarían que podrían emitir música, Pablo los amalgama con tanto éxito que la corteza del cacao funciona perfectamente como una flauta al pegarla en un palo.
“Una amiga que hizo una investigación del cacao me pidió que toque algo pequeño, pero dije: ‘Necesito crear algo diferente’, y salió el rucucacao. Nace del pingullo, que es un instrumento muy particular en el sur del país”, explicó.
El aire entra por el cacao deshidratado y pasa al palo de madera hecho flauta. Sistema común, pero que genera un sonido cautivador para el oyente. “Si el cacao es nuestro, ¿por qué no explorarlo en todo ámbito?”, apuntó Pablo.
El artesano, de 39 años, sentado en un cajón flamenco totalmente lacado en color café, tomó entre las manos a la zanfona, otro invento que tenía características similares a un oso hormiguero o un capibara, pero que emite timbres musicales al darle cuerda con una perilla de metal incrustada en la parte posterior.
Las cuerdas pasan encima de una rodela y, al lado de una caja rectangular, pequeñas piezas de madera se aplastan para entonar el artefacto.
“Esto es como el cuerpo de un oud árabe, es una base oval. Me demoré nueve años en hacerlo, porque en el momento de encarar los materiales fue un reto. Por ejemplo, el metal, nunca lo había trabajado, pero me tocó aprender”, expresó.
Sus obras de arte las firma con una roseta perfecta en el centro. Es una identidad de cada luthier o constructor de instrumentos para mostrar sus trabajos al mundo.
Pablo fue inscrito por su pareja en el taller de luthiers que impulsa una asociación en Argentina. Con mucho esfuerzo logró llegar para graduarse y coronar con el lirandolín, una lira más cuadrada que perpendicular, pero que tiene cuernos de pan de oro en los extremos superiores.
“Trabajé como seis años en imaginería religiosa. Entonces, la estética gira en torno al barroco quiteño. Por eso uso figuras talladas en madera, pan de oro, policromía. Mucha gente me manda a tallar personas en los clavijeros, que estén policromados como los santos de las iglesias”, señaló.
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En una exposición, durante todo el mes de agosto, en la iglesia La Compañía, en el norte de Quito, el que también es ingeniero eléctrico mostrará toda la colección en la que ha trabajado por años con la única meta de poder enseñar e incursionar en una escuela de construcción de instrumentos para todas las edades.
“Será la exposición más importante que ha tenido Quito en instrumentos musicales. Es un realce al oficio de construir instrumentos, ya que necesitamos que valoren al artesano que está en su taller trabajando”, puntualizó Topón.
Entre las herramientas más importantes que presentará está la réplica exacta de la vihuela de santa Marianita de Jesús, la predecesora de la guitarra y la única en el país. Existen solo tres en el mundo: dos en París y una en Quito. (I)