La voz de Éricka Macías es dulce y bajita. Tiene los ojos cansados, con una mezcla de dolor y esperanza, que hacen notar que aún está dispuesta a seguir luchando, a no rendirse.

Éricka tiene 36 años y en apenas quince días su vida ha dado un vuelco. A inicios de mayo perdió ambas piernas y ahora se aferra a la vida por sus tres hijos: un joven de 19 años, un adolescente de 13 y una bebé de apenas 3 meses de nacida.

En su hogar, Éricka batalla contra un enemigo invisible que comenzó con un diagnóstico de hipertiroidismo y se convirtió en una pesadilla.

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La tiroides es una pequeña glándula con forma de mariposa que se ubica en la base del cuello. Las hormonas tiroideas ayudan al cuerpo a utilizar energía, mantener la temperatura corporal y a que el cerebro, el corazón, los músculos y otros órganos funcionen normalmente, según la Asociación Americana de Tiroides. Por eso se la llama el centro de control del cuerpo, debido a las múltiples funciones que lleva a cabo.

Hace dos años, Éricka supo de su enfermedad. La vida, sin embargo, le trajo un embarazo que la obligó a abandonar el tratamiento.

Dos meses después de dar a luz, los dolores en las piernas comenzaron, punzantes, implacables. Los centros de salud y clínicas a los que acudió no dieron con la causa.

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En el transcurso de quince días Éricka colapsó. En una clínica privada, el diagnóstico fue devastador: la enfermedad de la tiroides había comprometido riñones, hígado y pulmones. La circulación de la sangre estaba fallando, las piernas se le tornaron moradas.

“Era amputarlas o llevarla a casa a morir con cuidados paliativos”, explica Keila, su hermana. Consciente, Éricka tomó la decisión junto con su familia: seguir luchando.

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Primero perdió una pierna, luego la otra. En menos de dos semanas, su cuerpo cambió para siempre, pero la batalla no terminó. La necrosis avanza trepando por el cuerpo de Éricka y los médicos advierten que debe volver al quirófano a finales de mayo.

“En ocho días, la necrosis ha duplicado su tamaño”, expresa Keila.

A su vez, enumera los costos: $ 2.000 por la cirugía, entre $ 2.500 y $ 3.000 para el tratamiento, además de medicamentos para la tiroides y anticoagulantes. La familia ya arrastra una deuda de $ 23.000. “La casa está prácticamente perdida por los préstamos”, confiesa Éricka.

Y el panorama es aún más complicado. Éricka enfrenta sola la crianza de sus hijos, ya que antes de enfermarse se separó de su esposo.

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La bebé necesita leche y pañales; los mayores, un futuro que su madre teme no poder asegurar. “Necesito ayuda, un médico, algo”, suplica.

Los exámenes de laboratorio son urgentes para evaluar la coagulación de la sangre, pero cada paso cuesta dinero que no tienen.

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En el corazón, Éricka lleva el peso de sus hijos y la esperanza de volver a levantarse, aunque ya no con las piernas. Su hermana Keila, su pilar, no se rinde: “Ella es fuerte, siempre lo ha sido”.

En medio de la tormenta, esta madre de tres no pide lástima, sino una oportunidad para seguir adelante. Porque, para Éricka, rendirse no es una opción. (I)