Carlos Falquez Batallas se estrenó en la política con el retorno a la democracia. En 1979 fue elegido legislador por Concentración de Fuerzas Populares; y ahí se acercó a León Febres-Cordero, su colega de curul. Desde entonces, no hay elección en la que no asome el nombre de este político orense que, para este año, encabeza la lista provincial de candidatos a la Asamblea Nacional.

Ha sido candidato a diputado (ganó tres veces), alcalde de Machala (ganó dos veces) y a prefecto de El Oro (ganó una vez). Y cuando él no ha podido postularse, su relevo ha sido su hijo del mismo nombre.

Como Falquez, otros personajes son ‘fijos’ en las nóminas de candidatos de los partidos y movimientos políticos ecuatorianos en todo proceso electoral. En el 2021 buscan llegar al Parlamento.

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Entre ellos están, por ejemplo, el lojano José Bolívar Chato Castillo, que lleva 36 años ocupando cargos de elección popular. Ha sido tres veces legislador y cuatro veces alcalde de Loja; aunque en la última ocasión le revocaron el mandato. Quiere ser asambleísta con su movimiento Acción Regional por la Equidad (ARE).

También Abdalá Bucaram Ortiz, que entró a la arena electoral en 1984, aunque antes fue funcionario del gobierno de su cuñado Jaime Roldós; fue alcalde de Guayaquil en 1984, y tres veces candidato presidencial. Ganó en 1996, pero gobernó menos de seis meses. Ahora encabeza la lista nacional de Fuerza Ecuador (FE), aunque tiene tres procesos penales abiertos.

De las filas del PSC están también Clemente Vásquez y Luis Almeida. El primero ha ocupado cargos desde hace 28 años, fue diputado y prefecto de Manabí; ahora está en la lista nacional. El otro tiene 26 años en la vida política; ha sido legislador, asambleísta y concejal; actualmente es edil de Guayaquil, cargo al que tendrá que renunciar, pues lidera la lista del distrito 1 de Guayas.

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Jorge Escala y Galo Lara tienen una característica común. Ingresaron a la política hace 13 años como integrantes de la Asamblea Constituyente que elaboró la nueva Constitución en Montecristi (Manabí).

El primero llegó por el Movimiento Popular Democrático (MPD), que fue eliminado del registro de organizaciones políticas, pero en su lugar las bases crearon el movimiento Unidad Popular (UP).

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El segundo entró por Sociedad Patriótica. El año pasado fue candidato a la Prefectura de Los Ríos por ese mismo partido luego de permanecer cuatro años en la cárcel con una sentencia por el llamado caso Quinsaloma. Esta vez se postuló por el movimiento Libertad es Pueblo, fundado por Gary Moreno, hermano del presidente Lenín Moreno.

Ambos participaron en el llamado Congresillo, y en el 2009 volvieron como asambleístas.

Dos mujeres llevan más de 20 años en política y ahora buscan una curul en el 2021 son Wilma Andrade, de la Izquierda Democrática, y Ximena Bohórquez, del Partido Sociedad Patriótica.

Andrade empezó en 1996 como concejal de Quito durante tres periodos consecutivos, diputada por Pichincha, luego asambleísta nacional, y aspira a la reelección.

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Bohórquez empezó su actividad política cuando fundó, con su esposo, Lucio Gutiérrez, el partido Sociedad Patriótica, tras la asonada militar del 2000 que derrocó a Jamil Mahuad. En el 2002 fue legisladora por Pichincha; cinco años más tarde constituyente, y ahora quiere ser asambleísta.

Ruth Hidalgo, decana de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de las Américas (UDLA) y representante de Participación Ciudadana, y Esteban Ron, docente de la Universidad Internacional del Ecuador (UIDE), coinciden en sus críticas respecto a la falta de relevos en la política, que es el reflejo de una falla estructural del sistema político ecuatoriano que no ha logrado desprenderse de los cacicazgos locales, muchos de ellos desde el retorno de la democracia.

“Se heredan las dirigencias y no se permite el surgimiento de nuevos líderes”, dice Hidalgo; y de esa forma, “se fomentan las élites políticas inamovibles a nivel provincial, donde una y otra vez están en las papeletas, pasan de ser alcaldes, a prefectos, diputados, asambleístas provinciales y nacionales”.

Ron considera que las organizaciones políticas carecen de sensibilidad generacional, a pesar de que el Código de la Democracia lo obliga, y recurren a las antiguas generaciones para repetir candidaturas, cuando los jóvenes electores buscan identidad con la nueva dinámica social, y de ahí nace la desconfianza social provocada por la hegemonía de las figuras políticas clásicas. Y señala que para estos partidos políticos es una quimera la democracia interna. (I)