Aunque la mayoría de los 7.000 migrantes de la caravana que sigue camino por el sur de México con destino a Estados Unidos son hondureños, también se unieron algunos salvadoreños e incluso ya hay una página en Facebook y otra en WhatsApp, que alientan a salir a muchos más aunque todavía no se sabe si se concretarán en otro grupo.

El Salvador es el país más pequeño de Centroamérica y tiene 6,5 millones de habitantes. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) estima que otros 1,35 millones viven en Estados Unidos, pero las autoridades salvadoreñas elevan la cifra a los 2,5 millones. En cualquiera de los casos, conforman la comunidad más grande de centroamericanos en suelo estadounidense.

El Salvador es el único Estado del Triángulo Norte -conformado también por Guatemala y Honduras-, donde la emigración se redujo en 2017, algo que el gobierno salvadoreño ha hecho notar recientemente ante las amenazas del presidente estadounidense Donald Trump de cortar el fluyo de ayuda económica a la región.

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Aun así, los salvadoreños siguen emigrando y, según cuentan, lo que dejan atrás no es tan diferente de aquello de lo que huyen sus vecinos hondureños.

Estos son algunos datos de por qué salen de su país:

Pandillas y violencia

La tasa de criminalidad alcanzó niveles históricos en 2015 con 102 homicidios por cada 100.000 habitantes. Actualmente se ha reducido a 60 por cada 100.000 pero sigue estando entre las más altas del mundo. De ahí que la inseguridad siga siendo un factor expulsor de migrantes, sobre todo entre los jóvenes, por miedo a las pandillas conocidas como “maras” o por sentirse acosadas por ellas.

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Se estima que hay en torno a 70.000 pandilleros en el país. La Mara Salvatrucha (MS-13) y Barrio 18 (M-18) son los dos principales grupos.

El origen de estas pandillas, a las que Trump apela como argumento para endurecer la política fronteriza y criminalizar a todos los migrantes, data de cuando varios salvadoreños que abandonaron el país durante la guerra civil (1980-1992) se establecieron en ciudades como Los Ángeles. Ahí formaron grupos para protegerse de otras comunidades étnicas, fueron deportados al final de la década de los 90 por cometer algunos delitos y al regresar a un país en una situación de post-conflicto muchos optaron por hacer lo que hacían en el norte, delinquir.

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En 2017, aunque se redujo el número de salvadoreños retornados, se duplicó el número de deportados con perfil de pandilleros que ascendió a 1.241 frente a los 524 de 2016.

Los más acosados por este fenómeno de las maras, que según los expertos tiene conexiones con los grandes cárteles del crimen organizado, son los jóvenes. Uno de cada cuatro menores que migra dice que huye de la violencia, bien por miedo a la inseguridad bien porque se sienten acosados por estos grupos. En muchos casos ya han dejado la escuela. Dos de tres salvadoreños nunca llega a la secundaria.

Las mujeres y jovencitas también son un sector donde la violencia se ceba. Algunas adolescentes son presionadas para convertirse en “novias” de los pandilleros y pueden llegar a ser violadas o asesinadas si se niegan. El número de feminicidios tuvo un pico en 2015 con 574 asesinatos. El Salvador es, además, uno de los países más restrictivos en salud reproductiva al criminalizar el aborto sin excepciones con largas penas de cárcel.

Pobreza y falta de oportunidades

La OIM afirma que los problemas económicos son la principal causa para migrar esgrimida por los salvadoreños.

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Con un ingreso per cápita de 324 dólares al mes, es el país del Triángulo Norte con menor porcentaje de pobreza y el menos desigual. Sin embargo, casi uno de cada tres salvadoreños es pobre según la definición del Banco Mundial de vivir con menos de 5,5 dólares al día.

Muchos viven de las remesas que mandan los familiares desde el extranjero y que son cantidades cada vez mayores. En 2017, los salvadoreños que viven en Estados Unidos enviaron 5.021 millones de dólares de regreso a su país, casi el 16 % del PIB.

Sin embargo, encontrar empleo y un sueldo digno es un problema y la economía no crece. Las maras extorsionan los negocios locales con impunidad y la corrupción campa a sus anchas. Los tres presidentes previos al actual, Salvador Sánchez Cerén, han sido procesados por escándalos de corrupción.

“El problema de la migración son los problemas estructurales del país”, dice César Ríos, director del Instituto Salvadoreño del Migrante. “Si aquí no se les garantiza ingresos económicos permanentes, trabajo y seguridad, pues la gente se va a seguir yendo”. (I)