Comerciantes y familias que tenían viviendas de más de dos plantas y negocios no han podido resurgir y están en la quiebra. Hoy solo poseen solares baldíos.

Luis Armando Loor Bravo siente una agonía que ya le dura dos años. Cada vez es más intensa que, con lágrimas en los ojos, confiesa que ha pensado incluso en el suicidio. “Tengo 67 años y trabajé desde cuando tenía 12; tenía mis comodidades. Ahora estoy quebrado, y todo a raíz del terremoto de hace dos años”.

Su calvario empezó a las 18:50 del 16 de abril de 2016. En el local de Calzado Loor, en el centro de Portoviejo, Luis Armando atendía a las decenas de clientes que adquirían zapatos para los colegiales. La tierra tembló hasta alcanzar el nivel de terremoto, con una magnitud de 7,8 grados en Richter.

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“Estaba con mi hijo y unos amigos. Enseguida se fue la luz, se escuchaban los gritos, los lamentos, las casas que se caían. Me refugié entre dos columnas y sobreviví, no perdí a familiares gracias a Dios”, rememora.

El cataclismo, que afectó principalmente a localidades de Manabí y Esmeraldas, marcó la vida de Loor, como sucedió con la de miles de habitantes. Este se convertiría en uno de los mayores desastres de los últimos 60 años y dejaría un saldo de 671 personas fallecidas, según los informes de la Secretaría de Gestión de Riesgos. Provocaría heridas y otras afectaciones a 6.274 personas; daños en 32.351 casas y más.

Informes de organismos estatales cifraron las afectaciones en un monto de $ 3.000 millones. El gobierno de Rafael Correa en ese entonces puso en vigencia la Ley de Solidaridad y recaudó $ 1,6 millones. Empezó la reconstrucción (cuyo informe de gastos lo publicaremos mañana) y las ayudas llegaron, aunque no a todos.

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En ese grupo está Loor, quien relata que no ha recibido “ni la mitad de un clavo”. Es una de las víctimas olvidadas del terremoto, quienes pasaron de tener una vida económica cómoda, de ser propietarios de casas, carros y negocios, a subsistir en forma precaria, alquilando o alojados donde familiares, con deudas de miles de dólares, sin ganas de vivir.

Loor, tras el terremoto sufrió robos de mercadería y enseres de la vivienda. Tenía un capital de unos 170 mil dólares en su almacén y con robos y todo se quedó con unos $ 60 mil de mercadería; debió demoler su casa de dos plantas y salir a alquilar un local. En el 2010 hizo un crédito por 130 mil dólares que a abril del 2016 estaba cerca de la mitad.

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Pero en el local alquilado el negocio bajó. De vender un mínimo de 60 pares de zapatos por día, equivalente a 800 o mil dólares diarios, pasó a recibir 30 dólares por dos pares vendidos al día, con descuento para intentar completar los 250 dólares mensuales de alquiler, la comida y la letra del crédito de casi 1.500 al mes.

En el segundo año, para cubrir deuda y gastos vendió su Nissan Xtrail en 10 mil dólares; remató su casa de playa, una villa de tres dormitorios en Crucita, en 15 mil dólares. “La regalé, pero ¿cómo hacía?, yo necesitaba recursos y cuando uno está en desgracia es que se aprovecha la gente. Era mi ahorro y mi trabajo de 50 años. Se acabó”, señala.

A un día de que se cumplan dos años del terremoto, su deuda va por los 67 mil dólares, con tres letras de atraso; se han iniciado trámites de cobro coactivo y Loor se resigna a perder el terreno baldío que quedó de su casa destruida, propiedad por la que meses antes del sismo había recibido una oferta de medio millón de dólares.

Y terrenos baldíos donde antes había hoteles, almacenes reconocidos y viviendas renteras hay por centenas en Portoviejo; lo mismo sucede en Manta, Bahía, Pedernales y otras localidades. Sus dueños tienen historias parecidas a las de Loor.

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Patricio Vélez Saeteros, director cantonal de Desarrollo Territorial de Portoviejo, señala que en este cantón, que se denominó Zona Cero (de más afectación), 800 viviendas se cayeron o demolieron. En todo el territorio cantonal hubo 3.000 edificaciones colapsadas por el sismo; a la fecha, 2.000 tienen permisos de construcción o reparación.

Para tener una idea de cuántas personas perdieron sus propiedades en el centro portovejense y no han podido reedificarlas y ni siquiera colocar cerramiento de mallas, como exige el Cabildo, en los solares vacíos tapados con cañas, vale citar la cifra de 165 notificaciones entregadas con esa exigencia.

Uno de esos terrenos está en la calle Pedro Gual y Morales. Allí funcionaba el hotel Portoviejo. Sus dueños emigraron y nadie sabe de ellos. Cerca de este solar hay casi 20 llenos de monte, en algunos casos.

En la calle Ricaurte entre Francisco de P. Moreira y 9 de Octubre está un solar de 430 metros cuadrados con un letrero de Se vende. Consuelo Santana Quiroz y dos hermanos son los dueños. Era una construcción de dos plantas con cuatro locales comerciales. Ella tenía un bazar y logró comprar una villa en una urbanización privada, a crédito; sus parientes vivían allí y alquilaban locales y cuartos para mantenerse.

Por el terremoto debió demolerse la edificación. Ahora Consuelo vende cosas a domicilio y en su villa aloja a su hermano, a su hija con dos vástagos. Lo que gana no le alcanza para cubrir los gastos y la letra de su casa, que la compró en 45 mil dólares, con una deuda bancaria de $ 32 mil. Había pagado 42 letras y tras el sismo fue atrasando. Ahora está ya en proceso de cobro judicial por un total de 39 mil dólares, dice.

“Ya solo espero que me boten de mi casa, con toda la familia, no sé lo que voy a hacer”, afirma la mujer, que asegura que nadie quiere comprar el solar baldío.

Graciela Díaz, de 69 años, renunció a edificar de nuevo en el terreno baldío que quedó de lo que era el conocido hotel Nueva York, diagonal a la Catedral portovejense. “A mi edad ya ni crédito tengo”, señala.

Según los informes de Reconstruyo Ecuador y los ministerios, a la reactivación productiva se han asignado 412 millones de dólares. Según el Ministerio de Finanzas, en créditos se han entregado $ 89,5 millones. Pero Díaz, Quiroz, Loor y otros dueños reiteran que no recibieron ninguna ayuda estatal.

“El llamado es a quienes manejan el fondo de reconstrucción, que se preocupen de visitar a los comerciantes en el sitio donde perdieron sus viviendas y vean la realidad. Que nos den un préstamo a largo plazo con bajo interés, sin tantas exigencias. No queremos que nos regalen, solo que nos presten”, clama Loor.(I)