Finalmente cesó el cargamontón en las redes sociales y en algunas columnas editoriales contra monseñor Mario Ruiz Navas. ¿Su “pecado”? Haber osado escribir y publicar en la página de opinión de este Diario un texto llamado ‘Actualidad de gais y lesbianas’ hace dos meses. Un “pecado”, si consideramos que el fanatismo con el que algunos sectores supuestamente progresistas de la sociedad ecuatoriana del siglo XXI combaten las posiciones oficiales de la Iglesia católica sobre ciertos asuntos, se parece al fundamentalismo religioso. Podemos estar en desacuerdo con la articulación lógica de algunas formulaciones del texto en cuestión, pero si lo rechazamos en su totalidad sin leerlo reflexivamente e insultando sin ton ni son al prelado, perdemos la oportunidad de apreciar y debatir algunas interrogaciones importantes y actuales que monseñor Ruiz desliza en su escrito.

En primer lugar, ¿acaso hemos pasado de la homofobia decimonónica a la homofilia novelera por moda pasajera, antes que por un genuino respeto a la libre orientación sexual de cada ser hablante? Porque cada semana leemos en el internet la noticia de alguna pareja heterosexual que presume de su hijo(a) “trans” de 6 años de edad y lo(a) presenta orgullosamente ante la mirada mundial, igual que Brad Pitt y Angelina Jolie. Cada vez con mayor frecuencia, la aparición en la prole de un(a) niño(a) supuestamente homosexual o transexual ya no es motivo de interrogación para sus padres ni de consulta clínica, sino de activismo exhibicionista. ¿Qué fundamento tiene el supuesto deseo de un niño por convertirse en una niña o viceversa? ¿En qué medida ese supuesto deseo infantil realiza alguna fantasía parental o gran parental?

Luego, ¿será que la propuesta del matrimonio homosexual y su derecho a la adopción atenta contra la institución de la familia? O al revés: ¿acaso estas propuestas son más bien el signo de una crisis de la estructura familiar y de la inconsistencia de la función del padre en la civilización occidental? Porque resulta significante que los gais y las lesbianas quieran casarse y tener hijos, cuando el matrimonio ya no representa lo que antes como el núcleo de la sociedad, y tampoco es el ideal de realización y estabilidad que encarnaba hace un siglo para las parejas heterosexuales. Hay una crisis del matrimonio y de la familia, y quizás los homosexuales creen que pueden triunfar allí donde los heteros están perdiendo, ignorando que todos estamos igualmente sujetos a la lógica de la sexuación simbólica, lógica donde debemos perder si queremos ganar algo.

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Finalmente, ¿no han pensado que la discriminación positiva, que favorece a los homosexuales en los concursos para cargos públicos, consagra solapadamente a la homosexualidad como una “discapacidad”? ¿No les parece que la discriminación positiva desmiente aquello mismo que pretende afirmar: que las personas homosexuales tienen los mismos deberes y derechos que las heteros en nuestra sociedad? ¿No resulta que detrás de tan airada defensa “políticamente correcta” de gais y lesbianas hay una disimulada condescendencia hacia ellos, que es el reverso de la misma moneda que contiene el viejo odio y discriminación? ¿No será que tan irracional cargamontón contra monseñor Ruiz es lo mismo que el linchamiento mediático que sufrió en su tiempo Oscar Wilde, pero al revés? (O)