Monseñor Antonio Arregui, exarzobispo de Guayaquil y quien estuvo junto al papa Francisco durante su paso por Guayaquil, comparte su experiencia con el pontífice y destaca la vigorización de la fe que dejó el pontífice.

¿Cómo fueron las siete horas que estuvo junto al papa en Guayaquil?
En el camino al santuario preguntó unas cuantas cosas sobre el santuario y la gente, le sorprendió que en el largo recorrido siempre hubo personas que lo saludaban y pedían su bendición, hasta el punto de que, como saludaba con la mano derecha, se cansó y empezó a saludar con la otra mano. Ahí se ve cómo se entrega a la gente y cómo le encantó la espontaneidad y viveza del guayaquileño...

¿Qué mensaje destaca del sermón del papa?
Nos recordó que somos hermanos y que Ecuador tiene que ser una casa de hermanos que se llevan bien y que hay que buscar la suma de las buenas voluntades, más que la confrontación, y en ese sentido usted recuerda cómo el país estaba crispado antes de la venida del santo padre, en una deriva hacia una explosión social... La visita del papa nos ayudó a comprender que por encima de las dificultades diarias o pequeños éxitos hay un amor de Dios que nos cuida y un calor de hogar que nos edifica y que no podemos dejarnos arrastrar por las malas pasiones.

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¿Qué cambios ha visto en la Iglesia y en los feligreses?
Es difícil medir el cambio, pero no cabe duda de que en todos los niveles se ha notado una vigorización, el cumplimiento del ministerio de san Pedro que tienen los papas, que es el de confirmar en la fe a los hermanos. En nuestras comunidades parroquiales se ha sostenido y se incrementa, aparecen nuevos grupos apostólicos, la vitalidad de las asociaciones se multiplica, se notan desde el número de vocaciones hasta el número de bautizos; denota que la visita del santo padre remeció la vida de la Iglesia y le dio frescura y esperanza.

¿Qué recuerdo guarda de Francisco?
Tuve la providencia de celebrar los 75 años, cuando presenté mi renuncia en Roma en el 2014. Al final de la reunión le expliqué que era mi cumpleaños y me dio un abrazo. Después de la audiencia apostólica le regaló a todos una medalla, pero a mí me dio una placa de la Virgen, dorada, hermosa, y me dijo que esperaba que me den un cake y ese era su regalo. (I)