En Ecuador, diciembre trae una costumbre que se repite en oficinas, colegios, grupos de amigos, barrios y familias grandes: el amigo secreto. Es una dinámica sencilla. Se escribe el nombre de cada participante en papeles doblados, se mezclan en un recipiente y cada persona toma uno al azar.

A partir de ese instante, esa elección define semanas de expectativa, pistas, compras, dudas y mensajes cifrados. Lo que parece un juego ligero termina moviendo emociones profundas, porque el gesto final, el regalo entregado, se siente como una lectura del vínculo entre quienes participan. A veces el intercambio no sigue reglas formales y se convierte en una entrega libre: cada quien da lo que desea a quien lo desea.

La psicóloga clínica Emily García Reyes explica que, detrás de este acto cotidiano, hay un lenguaje afectivo: “Comunica afecto, intención, reconocimiento y vínculo. Regalar es un lenguaje emocional. El objeto funciona como vehículo, pero lo que realmente se transmite es la presencia simbólica del otro: ‘Te pienso, te valoro, te tengo en mi mapa emocional’”, instruye.

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Un regalo inesperado o acertado puede cambiar el ánimo de toda una reunión; uno mal elegido puede provocar silencio o incomodidad. Emily sostiene que ese gesto “representa la forma en que alguien nos observa y nos integra en su mundo afectivo; el gesto revela mucho más que el objeto en sí”. Y esa observación está atravesada por la historia personal de cada uno.

“Representa la forma en que alguien nos observa y nos integra en su mundo afectivo; el gesto revela mucho más que el objeto en sí”

Psicóloga clínica Emily García Reyes

Quienes crecieron en entornos donde la Navidad traía estabilidad suelen vivir el intercambio con calma. “Quienes vivieron carencias, comparaciones, críticas o expectativas desmedidas tienden a sentir más presión, ansiedad o miedo a ‘no ser suficientes’”, afirma. En el amigo secreto, esta tensión aparece con frecuencia. Una persona puede entregar un regalo elaborado esperando una respuesta similar; otro participante puede entregar algo simple creyendo que basta con cumplir. Ahí surge el desbalance.

Cuando un regalo NO satisface a quien lo recibe

La decepción no proviene del objeto, sino de lo que se interpreta de él. ¿Significa que no me conocen? ¿Que no pensaron en mí? ¿Que no les importa tanto? Son preguntas que no se pronuncian, pero que se escuchan dentro de quien las siente. Emily explica que “la reacción del otro confirma, o cuestiona, nuestro esfuerzo, nuestra sensibilidad y, muchas veces, nuestro lugar dentro del sistema familiar”.

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En un juego grupal, este efecto se multiplica; en un entorno laboral, puede alterar dinámicas; en un círculo de amigos, puede abrir conversaciones pendientes; en una familia, puede reactivar historias antiguas. La terapeuta familiar Toyi Espín de Jácome observa que el intercambio funciona como un lenguaje no verbal capaz de decir frases completas. “‘Eres importante para mí’; ‘Quiero pedirte perdón’; ‘Anhelo que estés bien’; ‘Sé que te va a gustar’”, señala. Para ella, el regalo traduce emociones que a veces no se expresan directamente.

Y también deja ver diferencias claras: “Para unos, un regalo caro o elaborado es la forma natural de demostrar afecto. Para otros, un detalle simple basta, porque lo importante es la presencia, no el objeto. Cuando estos lenguajes no coinciden, aparece la sensación de desbalance, aunque ambos estén dando ‘lo mejor que pueden’”.

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Expectativas altas imposibles de lograr

Las redes sociales amplifican la distancia entre expectativa y realidad. TikTok, Instagram o Facebook muestran videos de intercambios perfectos: cajas enormes, sorpresas grabadas, reacciones exageradas. Toyi advierte que “esto puede generar decepción, inseguridad o vergüenza al recibir un regalo, porque se tiende a comparar lo que vemos con lo que recibimos en la vida real, aunque el regalo sea afectivamente valioso”.

En ambientes tensos, el intercambio se vuelve más delicado. Toyi explica que en esas situaciones “se tiene miedo a que el regalo sea criticado; se hace más fuerte el distanciamiento entre las personas en conflicto; hay un escenario de desigualdad afectiva y se pueden activar resentimientos del pasado”. Lo que debería ser un juego termina revelando heridas que el año ocultó bajo rutina, trabajo y horarios apretados.

Sin embargo, diciembre también abre un espacio para reparar vínculos. Toyi señala que, “en algunos casos, un regalo puede simbolizar un puente para la resolución de conflictos…, una reparación silenciosa”. En otras palabras, el gesto intenta hacer lo que la conversación aún no logra. Lo mismo ocurre con las ausencias. En familias con duelo o migración, “los regalos se vuelven símbolos de las personas ausentes… ‘A pesar de estar lejos, sigo contigo’”. En esos casos, el objeto no compensa la distancia, pero ofrece una presencia que se siente necesaria en tiempos festivos.

“en algunos casos, un regalo puede simbolizar un puente para la resolución de conflictos… una reparación silenciosa...los regalos se vuelven símbolos de las personas ausentes"

Toyi Espín de Jácome

Para Emily, lo que vuelve significativo a un regalo tiene tres elementos: “Intencionalidad, coherencia emocional y cuidado”. No se trata de sorprender, sino de observar. De reconocer el momento por el que atraviesa el otro. De elegir algo que acompañe, alivie o conecte. “Un regalo se vuelve valioso cuando demuestra que el otro nos conoce”, afirma. Con esa mirada, el lector puede replantear lo que entrega en cada intercambio. No se necesita presupuesto alto ni empaque elaborado. Lo que puede funcionar en cualquier grupo —trabajo, familia, colegio, universidad— incluye:

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  • Una carta breve escrita a mano
  • Una foto que capture un momento compartido
  • Una tarde dedicada a acompañar a alguien
  • Un gesto práctico que alivie carga
  • Una receta familiar preparada con intención
  • Un detalle hecho a mano
  • Un mensaje que reconoce algo que el otro logró este año

El intercambio también expone lo que cada persona espera del otro. Cuando el gesto no coincide con esa expectativa, aparece una decepción que poco tiene que ver con el costo. Ahí se hace visible cuánto influye sentirse visto y considerado. Tal vez por eso un juego tan simple genera tanta expectativa.

Porque un regalo, incluso el más pequeño, puede abrir diálogo, reparar distancia, acompañar un duelo o sostener una amistad que se ha mantenido pese al tiempo. Al final, la verdadera pregunta no es qué objeto se entrega, sino qué se intenta decir con él. Y en un mes donde la memoria se mezcla con la emoción. Esa pregunta pesa más que cualquier envoltura. (E)